lunes, 30 de abril de 2012

NUEVO DOMINIO

Me he mudado de casa, la nueva me gusta más, aunque esta poblada de bichos raros y seres extraordinarios. 


Nos vemos en http://www.manoloyague.com

domingo, 29 de abril de 2012

LA RUPTURA MATRIMONIAL

Las rupturas de pareja son todo un tema de la literatura moderna. Cómo no lo van a ser. A quién no le ha sucedido, dejar o que lo dejen. Todos tenemos una para contar. Y por suerte o desgracia, se parecen a un cuento de asesinatos, en que lo importante no es el qué pasó, si no el por qué y el cómo.

Os dejo con mi cuento, y otra forma de ruptura matrimonial:




LA RUPTURA MATRIMONIAL

Salgo de la cocina, sin desayunar, y abro la ventana del salón. Pero el olor no se me va de la nariz, lo tengo clavado en el cerebro. Un olor es lo más difícil de expulsar de un cerebro. Ni la fe consigue expulsar el recuerdo de un mal olor.
Pero ella desayuna como si tal cosa. Se está zampando una tortilla de chorizo, unos pepinillos, un bistec y tiene en el microondas un plato de callos, para luego. Cualquiera diría que está embarazada. Pero no consigo que la peste, que se acumula en la terraza de la cocina desde hace siete, siete días, nada menos que siete días, ¡con la de basura que se genera en una casa!, se quede allí. Al principio solo era la terraza, y un dulzor agrio en la cocina. Luego invadió la cocina con su maloliente invisibilidad. Finalmente abordó con descaro el salón y de allí pasó al único dormitorio con baño del apartamento.
Ella duerme, cose, ve la televisión, folla, como si el olor no la molestara en absoluto. Cada vez está más contenta, y dice que se alegra de lo que está pasando. Que es una suerte. Que desde que el olor de la basura ha invadido nuestra intimidad, se siente más, como decirlo, segura, más mujer. Se niega a bajar las bolsas, o a que las baje yo.
Por la noche intenté sacar unas bolsas a escondidas, pensando que dormía como un tronco. Cuando avanzaba a oscuras, con las dos bolsas grises por el pasillo, encendió la luz y me pilló con las manos en la masa. Me retuvo con un cuchillo en la mano derecha y con la cara desfigurada por la emoción y el espanto; rugió:
-Devuelve eso a su sitio. Y vete a la habitación. A partir de ahora dormiré en el sofá para tenerte vigilado.
Hice lo que me pidió sin decir una palabra.
Pero ni con el aire de la ventana del salón, ni con todas las ventanas abiertas de par en par, se mitiga el olor. Creo que el olor tiene consistencia líquida y que está empapando las paredes, los muebles, el sofá, incluso los electrodomésticos, los periódicos y revistas, los libros, que ya no soy capaz de leer.
He tratado de persuadirla, pero se niega a escucharme, dice que nunca ha sido tan feliz. He llamado a la policía, y ellos aseguran que hasta que no lo determine un juez, nada se puede hacer, y que pueden pasar meses.
Cuando termina su festín, se acerca al salón y me obliga a cerrar las ventanas. Una rata cruza la alfombra, se detiene un momento a la puerta del dormitorio, y se va, como si tal cosa.
Ella dice:
-Betsie, Betsie, ven con mamá.
¿Cómo puede tener el mal gusto de llamar Betsie a una rata?
La conocí en el instituto. Era la muchacha más guapa, delgada y limpia de todas. Años después, nos casamos de blanco, de blanco, que contradicción. Y ahora me viene con estas. Supongo que es fruto de una terrible enfermedad mental.
Por fin decido hacer las maletas. Llamo a mi madre por teléfono y le digo, entre lastimosos gimoteos:
-No puedo más. No lo aguanto. No sabía que esto iba a pasar.
-Te lo dije- replica mi madre, que disfruta teniendo la razón después de todo-, esa chica no era para ti.
Hago las maletas y, delante de la puerta, conteniendo las arcadas de asco, le doy un último abrazo a mi gran amor:
-Te he querido tanto.
Pero ella se ríe como un hurón y replica:
-¡Por fin! ¡Lo que me ha costado que te largaras!



Manolo Yagüe

sábado, 28 de abril de 2012

MARK TWAIN Y EL TALLER LITERARIO


La lectura de los cuentos de Mark Twain, además de resultar una diversión absoluta, nos aporta una idea para una práctica de escritura de taller literario.
Pero, primero vayamos al texto de Twain, que se corresponde con el principio de “Un cuento sin final”:




“En el barco teníamos un entretenimiento que nos ayudaba a pasar el tiempo…, al menos por la noche, en el salón de fumadores, cuando los hombres se recuperaban de la monotonía y el aburrimiento del día. Consistía en terminar historias inacabadas. Es decir, alguien contaba una historia menos el final, y luego los demás trataban de proporcionar un final inventado por ellos mismos. Cuando todos los que querían probar suerte terminaban, el hombre que había contado la historia relataba el final verdadero…, y luego se podía elegir. A veces los finales nuevos resultaban mejores que los antiguos.”

Un cuento sin final, Mark Twain. Cuentos selectos, Editorial Debolsillo.

Creo que la práctica no requiere más explicación. Cada participante escribe un cuento. Pero no debe contar el final, para que los demás aporten su final preferido. Luego se lee el cuento completo, y se decide cuál es el mejor final. Como dice Twain en su cuento, a veces los finales nuevos resultan mejores que los antiguos.
Y por supuesto no dejéis de leer a Mark Twain. O no os lo perdonaréis nunca.



Manolo Yagüe.

viernes, 27 de abril de 2012

NUNCA HE HECHO ESTO ANTES

Qué creías, que te lo montarías con la chica.
NUNCA HE HECHO ESTO ANTES 

María se quitó la camiseta, ven aquí, no tengas miedo, dijo. No llevaba sujetador, y sus senos eran redondos como globos o planetas.
Yo me acerqué como un cobarde, nunca he hecho esto antes, dije, mientras llevaba el cuchillo a su vientre y se lo clavaba sin más en el estómago.


Relatos hiperbreves del más allá, Manolo Yagüe.

miércoles, 25 de abril de 2012

DIARIO SECRETO


DIARIO SECRETO

(Extractos del diario del Abogado X encontrados por la policía).


10 de noviembre



Me ha llegado una carta. En la carta dice: venimos a verte, somos tres, tenlo todo preparado. Pero por supuesto no aparece ninguna otra información, ni dirección, ni sellos. Eso significa que ya han estado aquí. Me he puesto nervioso, porque no esperaba una respuesta tan rápida. Un año y medio. Desde luego me he puesto a prepararlo todo, sin importarme lo que pudiera pasar en adelante. He llamado al despacho fingiendo una indisposición, mi secretaria me ha contestado, recupérese cuanto antes, le necesitamos aquí, a sabiendas de que no es verdad. He comprado las sábanas, los cuchillos, alicates, cinta adhesiva,  etc, que necesitarían para su trabajo. Y por supuesto, un maletín dentro de una caja fuerte abierta, con un millón de dólares. Mi vida ha sido una mierda, un asco indigno de contarse. Un suplicio continuo y liviano, comparado con lo que estos hombres me vayan a hacer, suponiendo que sean hombres, y no haya una mujer. ¡Ojalá haya una mujer!



11 de noviembre

 Desde luego son unos profesionales. No hay más que ver cómo se comportan, con que educación, qué exquisito gusto. Les ha complacido como lo he preparado todo y les alegra en extremo la ubicación de mi casa, en una granja apartada que yo mismo alquilé con tal propósito, pues les facilitará mucho el trabajo. Visten de negro, de un negro riguroso, llevan sus guantes puestos permanentemente aunque estemos comiendo,  el pelo y la barba recién cortadas ellos, y la mujer luce un pelo recogido con exactitud en una coleta y es negro como el ébano. Son cultos y saben tratar cualquier tema de actualidad. Se ve que han sido cuidadosamente seleccionados tal y como yo les pedí. Uno de ellos, el más alto y delgado, y en apariencia el más peligroso, es experto en literatura China; el compañero, el de pelo rojo y espaldas fornidas, conoce a la perfección el griego clásico y recita de memoria a Homero o a Cicerón.
Pero sin duda la chica es la mejor entre ellos. Se nota que ha escrito poesía. Recita con una voz dulce y desencantada versos modernos, que me han encogido el corazón. Me ha recordado a Silvia Plath, por su candor, pero con la fuerza de matar y no de morir.
Al finalizar la velada del sábado, pedí dormir con tan interesante y atractiva mujer. No hubo ningún problema.
Yacimos juntos y aunque fue una experiencia sublime, como en los mejores cuentos orientales, no conseguí que me dijera su verdadero nombre: ¿Por qué no me dices tu nombre verdadero? Insistí yo. Porque entonces te enamorarás, y no querrás seguir. La decisión está tomada, aseguré. Si te arrepientes, lo que hagamos mañana será como un asesinato. Dime tu nombre, te prometo que no me voy a arrepentir. Ella dijo su nombre pero me hizo jurar que yo no lo utilizaría delante de sus compañeros. Y se lo prometí.



12 de noviembre

 A las seis de la mañana me arrastraron a golpes de la cama, con una brutalidad tan extrema que me dio pavor. Son ya más de las doce de la noche. No creí que fuera a ser tan duro. Apenas puedo sujetar la pluma con la que escribo, y deseo la muerte, para acabar con las torturas que yo mismo reclamé. ¡Qué locura! He hecho todo esto porque no me atrevía a suicidarme. Pero me arrepiento con todas mis fuerzas. Ellos son brutales y sanguinarios en extremo, en especial el más alto, tal y como imaginaba. Pero ella es peor: cada vez que ella me azota, o me clava astillas en las uñas de la mano, o actos peores que no quiero confesar aquí, por pudor, he recordado su verdadero nombre en silencio, mirándola a los ojos. ¿Es esto amor?
No lo sé, ni me importa. Sólo sé que me arrepiento, y que a pesar de que he llorado, gemido, y ofrecido el doble de dinero que pagué por sus servicios, incluso toda la fortuna que poseo, han continuado torturándome.  Y ella ha sido la peor de los tres. Lo que me prueba que algo pasó anoche.
Cuando por fin parece que el macabro juego se acaba me han pedido que les dijera mi última voluntad. Les he dicho que quería estar a solas en mi estudio durante cuarto de hora. Me han traído, pues ya no puedo caminar por culpa de algunos huesos rotos, y me han sentado en la butaca. Con un esfuerzo supremo de voluntad escribo estas últimas notas, que esconderé en un cajón secreto, en espera de que ellos no lo encuentren.
Mi vida ha sido desgraciada, pero ahora en el último momento dos asuntos me torturan por encima de todo: la idea de morir, que me espanta; y que ella, cuyo nombre respetaré tal como prometí, haya podido sentir en algún momento que estaba cometiendo un asesinato.





Relatos hiperbreves del más allá, Manolo Yagüe.








martes, 24 de abril de 2012

NICANOR PARRA RECITA "EL HOMBRE IMAGINARIO"

En esta entrada imaginaria, delante de mi ordenador imaginario, a las seis de la mañana de un amanecer imaginario, escribo este post, por supuesto imaginario. En recuerdo de ese escritor chileno imaginario, que escribió bellos antipoemas imaginarios, leídos, como no, por emocionados lectores imaginarios.

NICANOR PARRA RECITANDO EL POEMA: "UN HOMBRE IMAGINARIO".

sábado, 21 de abril de 2012

HUMOR NEGRO: LA CANTIDAD DE CORDEROS QUE MATAN CADA NOCHE

¿Humor negro? Espero que no me odien a partir de ahora:


LA CANTIDAD DE CORDEROS QUE MATAN CADA NOCHE



-Me imagino la cantidad de corderos que matan cada noche para dar de comer a toda esta gente-, reflexionó el alemán en un más que decente español, con su acento lleno de escupitajos.
Nos habíamos parado en un enorme aparcamiento a pleno sol, en un secarral de Segovia, donde nos llevaban a comer la especialidad de la zona, el cordero asado.
Los autobuses de turistas llegaban uno tras otro, se detenían en la explanada de asfalto, y los despistados y animosos viajeros se arremolinaban en el portón del restaurante.
Me alejé del alemán que me había estado acompañando en el trayecto, y con mi cámara de fotos hice una toma panorámica de toda la escena. Había tomado por costumbre hacer fotos de los estúpidos turistas, entre los que me incluía yo. Nadie gritaba, educadamente se cedían el paso en la puerta, a los viejos, a las mujeres y a los niños especialmente, y parecían sumidos en una suerte de mística resignación. Y todo ello sin perder la sonrisa.
La mayor parte alemanes, pero también ingleses, americanos, algún sueco.
Hacía un calor mezquino, eran las dos y media de la tarde, en pleno agosto, en mitad de un yermo de castilla.
-En la puerta del campo de concentración era igual.
Oí que me decía el alemán, a mi espalda.
Me quedé paralizado.
El viejo caminó despacio en dirección a la puerta, recortado al deslumbrante sol como una sombra negra, con su enorme corpachón y su característico pelo amarillo.






Relatos hiperbreves del más allá, Manolo Yagüe.

jueves, 19 de abril de 2012

¿QUÉ CURA DEL MIEDO?: UN APUNTE DE AGUSTÍN GARCÍA CALVO.

A contrapelo, como siempre, Agustín García Calvo, sigue en sus trece. Empeñado en desenmascarar el poder de los poderosos allá donde se encuentra, y no donde nos digan que se encuentra, es un irreverente político como pocos. Quizá no queden tipos de integridad tan sobrada como este, o quizá se esté larvando una nueva generación de individuos de esta catadura.
Sin embargo, en el fragmento que les presento, García Calvo nos habla con la voz de una filosofía que recuerda la sabiduría oriental, y por qué no a Krishnamurti. ¿Qué cura del miedo? Pregunta harto difícil.
De antemano les diré que para García Calvo del miedo no nos curan ni las religiones, ni las ideologías, ni el poder, ni el capital.
Les dejo con Agustín García Calvo, que ustedes lo disfruten:



"¿QUÉ CURA DEL MIEDO?

Uno siempre ha tenido miedo, no ciertamente desde que nació y no sabía quien era, pero sí desde que empezó a enterarse que era uno y era él.
Dudo mucho que a nadie le guste eso de tener miedo de lo que vaya a pasarle; pero tiene que reconocer que, para ser uno, eso es necesario:
uno está hecho de su miedo (o esperanza -da igual), de tener futuro; y hay algo en él que no, que no le hace gracia eso de vivir futuro;
pero, en todo caso, las cuentas que queden claras: o uno pierde su miedo, y ya no es uno, o sigue siendo uno, pero entonces tiene que tener miedo.
¿Es tan necesario ser uno? [...]"

Registro de recuerdos (contranovela), Agustín García Calvo. Editorial Lucina, 2002.

martes, 17 de abril de 2012

LO QUE PASA CUANDO DAS A LEER TU NOVELA A UN AMIGO

LO QUE PASA CUANDO DAS A LEER TU NOVELA A UN AMIGO


El escritor conoce al lector. Se conocen desde hace años. El escritor le pregunta: que te parece mi primera novela. El lector es un buen amigo, un amigo de infancia, y no quiere hacer daño al escritor, que es muy sensible, y se deprime a la mínima. Pero también quiere ser sincero con su amigo, porque cree que es lo mejor para él. El lector, al responder, se embarulla, dice un par de halagos, pero… Pero, qué, insiste el escritor. Pero hay algunas cosas que… Dime, no te quedes a medias. Bueno los personajes no están del todo… Pero si es lo mejor de la novela. No, claro, es lo mejor, sin duda, recula el lector. Pues si los personajes te parecen malos, qué te parecerá lo demás, se queja el escritor, que se está poniendo rojo. Yo no he dicho que los personajes sean malos, eso lo has dicho tú. Pero, ¿te has emocionado? A ratos. ¿Cómo a ratos? Insiste el escritor que ahora acosa directamente al lector. Bueno es lo normal en las novelas, sobre todo si son demasiado largas. Es demasiado larga, lo sabía, quién en su sano juicio leería un libro de quinientas páginas. Tranquilízate, dice el lector, que ha dado varios pasos atrás como intentando largarse, no es para tanto, sólo hay que hacerle unos ajustes, pero está muy bien, muy bien. El escritor da vueltas y vueltas por la pieza, deseando morir o matar, o las dos cosas a un tiempo. Prefiero que te vayas, déjame sólo, gime el escritor, montando un drama. Bueno, bueno, ya hablaremos cuando te hayas calmado, le corta el lector, y se larga pensando: quién me mandaría a mi meterme en este lío, eso me pasa por tener amigos escritores. Desde luego, a estos bohemios del tres al cuarto no hay quien los aguante.

Mientras, al escritor, que se ha puesto a fumar y a beber como un loco, los sentimientos se le agolpan sin dejarle pensar con claridad. Se flagela imaginando que es el peor escritor sobre la tierra, deseando huir al trópico y dedicarse al tráfico de drogas, o dispuesto a lanzarse por la ventana ahora mismo. Sí, eso quizás sea lo mejor. Después de muerto, alabaran la obra. Por suerte el escritor no tiene el cuajo necesario. Se asoma a la ventana, ve a un par de niños jugando al balón, a unas madres cotilleando, y a un viejo que escupe al suelo. Es media tarde, no hace ni frío ni calor. Una tarde insípida cualquiera, de colegios y trabajos. Ya más calmado, piensa que su amigo en realidad no tiene un gusto muy formado en literatura, que en resumidas cuentas es un mal lector. No hay más que ver las novelas que lee. Basura literaria. En fin. Una gran equivocación. Eso es. Siempre lo pensó, y ahora le llega la confirmación: necesita rodearse de amigos cultos e inteligentes. No volverá a llamar a su amigo lector, no volverá a verle jamás, eso está decidido.
Por suerte el escritor es el tipo de hombre de pensamientos y sentimientos volubles, y está acostumbrado a lidiar con el fracaso. El lector por su parte es un amigo que comprende y perdona las pequeñas debilidades humanas.
Así que, a la semana siguiente, quedan como si tal cosa a tomar un café y a dar un paseo, pero los dos se cuidan muy mucho de hablar sobre la maldita novela.


Relatos hiperbreves del más allá, Manolo Yagüe.

sábado, 14 de abril de 2012

UNA CITA DE STÉPHANE HESSEL

Una lectura imprescindible, un alegato de un viejo que lucha hasta la última gota de sudor.
Una incitación a la lectura, y un motivo, uno más, para pensar.

Indignaos (Indignez-vous)

Stéphane Hessel (Traducción de María Belvis Martínez García)





"Se tiene la osadía de decirnos que el Estado ya no puede asegurar los costes de estas medidas sociales. Pero cómo puede faltar hoy dinero para mantener y prolongar estas conquistas, cuando la producción de la riqueza ha aumentado considerablemente desde la Liberación, periodo en el que Europa estaba en la ruina, si no es porque el poder del dinero, combatido con fuerza por la Resistencia, no ha sido nunca tan grande, tan insolente y tan egoísta con sus propios servidores, incluso en las más altas esferas del Estado. Los bancos, una vez privatizados, se preocupan mucho por sus dividendos y por los altos salarios de sus dirigentes, no por el interés general. La brecha entre los más pobres y los más ricos no ha sido nunca tan grande, ni la búsqueda del dinero tan apasionada.
El motivo principal de la Resistencia era la indignación. Nosotros, veteranos de los movimientos de resistencia y de las fuerzas combatientes de la Francia libre, llamamos a las jóvenes generaciones a vivir y transmitir la herencia de la Resistencia y de sus ideales. Nosotros les decimos: tomad el relevo, ¡indignaos! Los responsables políticos, económicos e intelectuales, y el conjunto de la sociedad no deben dimitir ni dejarse impresionar por la actual dictadura de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia. "

                                               Stéphane Hessel


No se puede hablar más claro, pero es mejor leer el texto completo.

Un saludo,

viernes, 13 de abril de 2012

EL ANACORETA QUE VIVÍA EN LA CABEZA DE UN ALFILER

EL ANACORETA QUE VIVÍA EN LA CABEZA DE UN ALFILER


El anacoreta vivía en la cabeza de un alfiler. Era por lo tanto un anacoreta minúsculo, pero aún con esas vivía apretado en su cabeza de alfiler. Para poder instalarse allí le pidió ayuda a un gigante, que no era ni mucho menos gigante, salvo a los grises ojos del menudo anacoreta. El gigante clavó el alfiler en una zona rocosa del desierto, a cubierto de las tormentas de arena y del sol del mediodía, y subió en la palma de su mano al anacoreta. Aunque trató de disuadirlo, el anacoreta, un hombre de cierta edad y muy delgado por la falta de alimento, le dijo:
-Estoy cansado del trato con los hombres, son mezquinos y desconfiados, así que he decidido meditar, y si hay suerte encontrar a dios.
El gigante, único amigo del anacoreta, le dejó hacer. Cada dos o tres días caminaba desde la aldea cercana hasta el alfiler y le llevaba unas migas de pan y un tarro con agua. 
-No sé qué haría sin ti- reconocía el anacoreta, agradecido.
Una vez pasaron demasiados días y el gigante no llegaba. El anacoreta tenía mucha hambre y mucha sed, pero a esos sufrimientos estaba acostumbrado. Simplemente temía por la salud de su amigo, y le dolía la falta de su compañía.
A menudo pasaban cerca del anacoreta animales del desierto: el escorpión, los chacales, un buitre que comía en un muladar cercano. Como era un bocado muy pequeño e insípido para los animales, charlaban un rato con él, y lo dejaban en paz. El anacoreta sin embargo, no se hacía ilusiones respecto de las intenciones de dichos animales, simplemente eran animales y se lo hubieran zampado, si su tamaño, grosor y aspecto hubieran sido los correctos.
El anacoreta estaba muy preocupado, pero rezaba por su amigo, y confiaba en que el gigante no se hubiera cansado de venir a verlo. Se decía: algo importante o grave lo retiene en la aldea. Puede que haya tenido que emprender un repentino viaje. Temía con sinceridad por la suerte o salud de su amigo.
Una tarde de mucho calor pasó a su lado una serpiente. Como todas las serpientes, se presentó sin avisar:
-¿Qué haces aquí, anacoreta? Por tu delgadez extrema me figuro que llevas tiempo sin comer ni beber.
-En efecto, llevo tres años aquí, meditando, retirado de los hombres pues estoy cansado de su mezquindad y su falta de fe. Un amigo me traía hasta aquí comida y bebida, pero hace semanas que no ha vuelto. Temo por su salud o su fortuna.
-Puede ser- dijo la serpiente, agitando su lengua con agrado en la boca-. A veces los gigantes mueren de forma repentina, o emprenden viajes por sorpresa, para ayudar a algún familiar en apuros. Pero, ¿no crees que hubiera podido enviar a alguien para avisarte?
-Sí, hubiera sido sencillo.
-Y no sabes acaso cómo son los hombres: caprichosos y olvidadizos, inconstantes, vagos y estúpidos.
-Lo sé, lo sé perfectamente porque he vivido entre ellos.
-No será que tu amigo ha decidido olvidarse de ti, que se ha cansado y que no piensa volver a verte.
La serpiente dejó al anacoreta meditando. Era una serpiente experta en sembrar la duda y se largó arrastrando su cuerpo ondulante por la arena, muy satisfecha de su trabajo.
El anacoreta pasó tres noches terribles, al cabo de las cuales se empezó a decir a sí mismo:
-Mi amigo me ha abandonado.
Lo repitió cien veces hasta que se lo creyó.
Como no tenía otra forma de comprobarlo que volviendo a la aldea, saltó de la cabeza de alfiler, y con los huesos y músculos entumecidos por los tres años transcurridos en cuclillas sobre la cabeza de alfiler, caminó pesadamente hasta la aldea.
Una vez en la puerta de la casa de su amigo, entró sin llamar, y se encontró en la penumbra al gigante, que no era más que un pobre hombre, tirado en una cama de paja a una hora en la que debiera estar trabajando. El anacoreta estaba tan cansado y ofendido por el abandono sufrido que, sin mediar palabra, y sin atender al rostro demacrado de su amigo, le reprendió:
-Amigo, por qué me has abandonado, he pasado sed y hambre y pesares, y tú estás aquí tirado sin hacer nada. ¿Te creía distinto a los demás hombres?
En ese momento, un joven criado vio la escena, y retiró al anacoreta:
-No moleste a un hombre moribundo. Lleva semanas tratando de morir, no le da vergüenza. Usted es el anacoreta, mi patrón me dijo que fuera a llevarle pan y agua, pero un día se me olvidó, otro no tuve tiempo, así que me dije, ya vendrá. Mi patrón es un buen hombre que no se merece tus palabras de desconfianza.
El anacoreta lloró amargamente, ayudó a su amigo a morir,  sintió profundamente haberse fiado de la serpiente y no de su fe, y comprobó cuan débil es la condición humana, por cuanto decidió seguir meditando otros treinta años.



 
Relatos hiperbreves del más allá, Manolo Yagüe.

jueves, 12 de abril de 2012

DE CARA AL OCÉANO: UN CUENTO DE jEAN-CLAUDE CARRIÉRE

¿Cómo aplacar al océano? ¿Para qué sirven los narradores? No hay una respuesta definitiva, pero aquí tenemos una propuesta sugerente:


DE CARA AL OCÉANO


Una anécdota persa muy antigua muestra al narrador como un hombre aislado, de pie en una roca cara al océano. Cuenta sin descanso una historia tras otra, deteniéndose apenas un momento para beber, de vez en cuando, un vaso de agua.
El océano fascinado, lo escucha en calma.
Y el autor anónimo añade:
-Si un día el narrador callase, o si alguien lo hiciese callar, nadie puede decir lo que haría el océano.

Foto personal, playa de Famara

Jean-Claude Carriére, El círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero, trad. De Néstor Busquets, Lumen, Barcelona, 2000.

miércoles, 11 de abril de 2012

CONTRA LOS PELIGROS DE LA LITERATURA

Era un cuento sin importancia. No tenía que haber pasado de ahí. Era una de esas bromas que los escritores hacemos utilizando a nuestros parientes cuando no sabemos de qué escribir. Pero alguien lo cogió de mi la bandeja de la impresora sin mi permiso y se lo pasó a todos.
Mi padre se ha fugado con una dominicana, mi madre está internada en un psiquiátrico, mi hermano mayor se ha suicidado colgándose de una higuera, y mi hermana pequeña quiere ser monja o puta, o monja-puta.
Nada quedó como estaba. Lo peor fue lo de mi mujer: me echó de casa, me denunció por maltrato psicológico. Mientras salía por la puerta, mi hijo de cinco años no paraba de gritar: ¡Ya no te quiero!  ¡Ya no te quiero!




Relatos hiperbreves del más allá, Manolo Yagüe.

martes, 10 de abril de 2012

FRANKENSTEIN: UN VIAJE LITERARIO POR MARÍA YAGÜE

Los viajes literarios, lo son sobre todo por razones personales, por la emoción que un libro ha dejado en nuestra memoria, y por el recuerdo de un personaje querido.

María Yagüe ha hecho a bien servirnos este delicioso texto, reflexionando sobre el sentido de un viaje, de un paisaje, y de la emoción de un personaje admirado. Preparen el paladar, y disfruten de su compañía, y de un final literario y admirable:

FRANKENSTEIN, LAS MONTAÑAS Y YO.
Mont Blanc

En el verano del 2010, mi amiga y compañera de piso polaca Basia y yo decidimos viajar por Europa durante dos semanas del más que tórrido mes de agosto. Empezamos nuestro viaje en Viena y lo finalizamos en Venecia, visitando Croacia y Eslovenia, en avión, tren, autobús o barco.
Y es curioso que ahora en la distancia, con el recuerdo de todas aquellas aventuras, de la libertad de no planear nada, de las borrosas noches etílicas, las comidas con sabor a comida, las playas de piedras ardientes, el azul profundo e hipnótico del mar adriático, los lagos de cuento, ahora la imagen más vívida en mi memoria y la que, desde luego, más profundo caló en mi, son unas montañas verdes, de un verdor de película coloreada.
Basia y yo cogimos un tren en Viena que nos llevaría en Zagreb. El tren, como no podía ser de otro modo y para ciertamente darle romanticismo a la historia, era viejo y destartalado. Hacía calor, pero un calor de bochorno austriaco, que es lo mismo que el bochorno castellano del mes de agosto, pero así dicho parece más exótico. Tuvimos la suerte de poder escoger un compartimento y nos sentamos a leer y olvidarnos la una de la otra. Pero yo no pude leer, porque adiviné que aquellos parajes que íbamos a atravesar serían diferentes. Salí al pasillo y me senté al lado de la ventana a observar. Y ante mis ojos el paisaje amarillento y anodino se empezó a transformar y los colores se tornaron verdes, de un verde vivo, y los campos llanos, se volvieron montañas. ¡Y qué montañas! Empezó a llover, pocas y grandes gotas de lluvia. Abrí la ventana para sentirlas caer en mis brazos y en mi cara y el olor de tierra mojada me trajo a la memoria otras muchas tardes de verano y tormenta en Cuéllar.
Ahora sé lo que en mi ignorancia geográfica sólo adivinaba, que estábamos cerca de los Alpes. Puede que sólo los viera de forma tangencial, poco importa eso ya, porque la impresión ya se había producido en mi pobre mente sugestionable.
Siempre que veo montañas, me acuerdo de Frankenstein. La primera vez que lo leí, era una adolescente que quería ser gótica, grunge o dios sabe qué. Buscaba ser rara, pero a la vez pertenecer a algún grupo o tribu. Con los años, me he dado cuenta de que no hay más rareza, si es que se puede considerar una cosa de provecho, que ser uno mismo.
Pero volviendo a mi querido Frankenstein, sólo los que hemos leído el libro sabemos que las adaptaciones cinematográficas no se parecen al texto original. Y es una pena, porque con todo lo buenas que son las viejas películas, no consiguen captar todo el drama y la profundidad del libro, la poesía y su lado más filosófico.
Otros parajes que recurrentemente me recuerdan al libro son los irlandeses. Desde hace más de 5 años vivo en Galway, una ciudad en la costa oeste de ese país y siempre que viajo encuentro otros muchos lugares que me lo traen a la memoria. El fiordo de Killary, el Conor Pass, con sus tonos marrones, su niebla sempiterna, sus lagos aquí y allá que de tan tranquilamente yacen a buen seguro esconden misterios, secretos, animales criptozoológicos... ¡Qué parajes tan evocadores!

"Frankestein", año 1931, dirigida por James Whale
para la Universal Pictures
Y ahora me parece muy curioso que viendo esas montañas austriacas en tecnicolor o los paisajes casi nórdicos de mi querida Irlanda, me acordase precisamente de ese libro. Ya que cuándo Víctor Frankenstein y el monstruo se encuentran en las montañas, aquellas son rocosas, puntiagudas, de tonos grises azulados y están al borde de un glaciar, con el Montblanc de fondo.
Pero supongo que cuando las veo desde la distancia, creo adivinar y casi anhelo que en dónde mi vista se pierde, dónde ya no alcanzo a ver, allí habita y deambula algún ser, como el “monstruo” de Frankenstein añorando amor fraterno, una compañera y un poco de compasión.

María Yagüe Manzanares.

sábado, 7 de abril de 2012

LA CAGADA DE PALOMA



Hay días en los que uno no debería salir a la calle sin gorro, o al menos no entrar en casa sin una dosis razonable de alcohol en sangre. Imagina la mancha de Gorbachov, de "Gorby". Imagina que no fuera un tipo importante. Lo que digo, una maldita cagada de paloma.


LA CAGADA DE PALOMA

 Se le ha olvidado el gorro en casa.
A nuestro protagonista le nace del cuero cabelludo en mitad de la calva una mancha como de cagada de paloma.
La gente lo mira por la calle, pero él parece no enterarse.
Conserva su periódico, su noticia, el día del despido. Lo lleva bajo el brazo. Está como perdido en el mismo camino hacia su casa. Es el tipo que bajó del barco con una maleta de cartón admirando la ciudad de las estrellas. Cuando se para con la moneda de última voluntad a tomar una cerveza, se queda dormido sobre la barra, con los ojos abiertos. Ni siquiera se percata de que el camarero que le sirve la cerveza le mira directo a la calva, justo donde tiene la mancha que parece una cagada de paloma.
 Una sucesión de seres pasan a través de la cristalera de la cervecería. Día de sol, chaquetas al hombro de aquellos que conservan el trabajo, mujeres bonitas listas para disfrutar por aquellos que conservan el trabajo, jóvenes que juegan y se pelean, cuyos padres conservan el trabajo.
 Del taburete le sube el calor de la ciudad entera, se le mete por el ojo del culo, todo el calor que sale del metro de la gran ciudad, y le revuelve los intestinos. Pero su estómago está solo lleno de una sopa de cerveza y espuma, azuzada por la bilis.
Se desanuda la corbata y la guarda en un bolsillo del pantalón. Ahora que es un don nadie, se siente disfrazado con el traje de oficina. Lleva un chapita con su nombre y el puesto que ocupaba en la empresa, colgada de la camisa; también se quita la chapa y la guarda en el bolsillo.
-Oye- le comenta un borrachín que pasa detrás de él-, te ha cagado una paloma en la calva. ¡Oye Sonny, pásale la bayeta por la cabeza!- le grita al camarero, mientras se mea de risa.
Cuando el borrachín ya se ha ido, nuestro protagonista refunfuña para sus adentros resignado:
-Maldito idiota, es una mancha de nacimiento.

Relatos hiperbreves del más allá, Manolo Yagüe.

jueves, 5 de abril de 2012

QUIERO SER FELIZ: EL ZEN EN ZAPATILLAS

La felicidad, oh, la felicidad. ese intangible estado del alma. ¿Aprenderémos algo de este peculiar maestro zen?


“Quiero ser feliz. Sé infeliz, dijo el maestro. Ya lo soy. ¡Sé infeliz!, grito el maestro y me azotó con una vara.” El zen en zapatillas.


Manolo Yagüe

lunes, 2 de abril de 2012

EL EXPRESO: UN MICROCUENTO DE PERE CALDERS

EL EXPRESO

Nadie quería decirle a qué hora pasaría el tren. Le veían tan cargado de maletas que les daba pena explicarle que allí no había habido nunca ni vías ni estación.


Pere Calders.

domingo, 1 de abril de 2012

OTRA HISTORIA MÁS DE LA GUERRA CIVIL

Uno no puede eludir la responsabilidad de hablar sobre la Guerra Civil Española. Lo que sucede es que se ha puesto tan de moda, que el tema repite como la morcilla. Películas, libros, documentales, artículos de prensa, tertulias de café, cotilleos de porteras. Que si cifras, que si responsabilidades, que si tumbas, que si estatuas. Me reservo ciertos derechos, como el de expresar mi opinión personal. Esto, estoy seguro, disgustara a unos y a otros, cosa que me complace de veras.
Yo he escrito un cuentecillo, que no sé si vale mucho, pero que me ha gustado escribir. Se lo dedico a Gila y a Arrabal, que tan bien expresaron en comedia el ridículo de la guerra, de cualquier guerra. El cuento, no me ha quedado más remedio, se titula: “Otra historia más de la Guerra Civil”.
Espero que lo disfruten:


OTRA HISTORIA MÁS DE LA GUERRA CIVIL

Eran dos pueblos que estaban situados en un mismo valle apartado, en el interior de una sierra todavía más apartada. Por extrañas razones de lógica militar, cuando se inició la guerra civil, se dibujó una línea de frente que separó el valle en dos, dejando a cada pueblo a merced de un bando distinto.
Es el caso que los mozos de ambos pueblos tenían por costumbre casar con las mozas del pueblo vecino, costumbre sana y que contribuía a emparentar a todo lo que creciera y tuviera vida en el valle: niños, perros, gatos, ovejas o cabras, viñas, regatos y fuentes, zonas de pasto, árboles frutales, terrenos, casas, muertos, herencias, fiestas y desgracias. Se ha de decir que se trataba de dos pueblos que convivían a las mil maravillas.
A unos les tocó el bando de los azules y a otro el bando de los verdes. Cuando se retiraron los máximos mandatarios de los distintos ejércitos, los  vecinos del pueblo y los jóvenes que habían sido elegidos como militares, que parecían mozalbetes disfrazados de carnaval, se reunieron para tomar medidas al respecto.
Para evitar problemas con esos señores de fuera, que llegaban con caras de sumo cabreo y preocupación, mantendrían la ficción de que estaban en guerra. Ahora, los muchachos podían libremente elegir el bando que más les acomodase, e incluso mudar de bando a conveniencia. Bastaba con que dos mozos se cambiasen los uniformes, y saltasen a las líneas enemigas. Para evitar percances, toda la munición quedaba confiscada; guardada en la sacristía de las iglesias, para cuando llegasen los mandamases. Los párrocos no pudieron estar más de acuerdo. Las mujeres se encargarían de construir señuelos de paja, disfrazados de soldados, es decir, espantapájaros, que se situarían en enclaves conocidos por todos, de tal manera que cuando llegasen los ceñudos dirigentes de los distintos ejércitos, y hubiera de usarse la munición, se supiera a qué soldados de mentira se podía disparar, sin peligro de los mozos. Un vecino dramaturgo escenificó varias batallas de la toma de un cerro. Cerro pequeñajo y sin interés, que se repartirían sucesivamente cada uno de los bandos. Habría muertos, teñidos de falsa sangre, y algún que otro herido oportunamente aderezado con sus vendas y morados. Por evitar posibles intentos de maltrato o tortura, o ajusticiamientos sumarísimos indeseados, durante la escenificación no se capturarían enemigos.  
Cuando llegaban los mandamases de alguno de los bandos, los centinelas embozados en la carretera, daban la voz de alarma para que los pueblos se pusiesen en guardia frente al enemigo. Y se iniciaba una representación teatral muy seria, en la que participaban los vecinos de las dos amistosas poblaciones. Todo salió bien y no hubo que lamentar víctimas en toda la guerra, salvo las muertes naturales, y la pierna quebrada de un pastor disfrazado de soldado en la toma del cerro. Por suerte, pronto se olvidaron de los dos pueblos situados en un remoto valle, en el interior de una sierra todavía más apartada.
Sin embargo, terminó la guerra y ganó uno de los dos bandos. Unos señores con pinta de cabreo perpetuo y cara cetrina se instalaron durante meses en las posadas de los pueblos, empezaron a meter cizaña, a apresar y asesinar vecinos, a robar tierras o ganado, a meterse con las muchachas casaderas, o con las no tan muchachas, a insultar y ridiculizar a los paisanos y a poner motes vergonzosos. Vinieron con dos jueces que recién habían sacado la plaza, y que se tomaron con tal celo su oficio, que pusieron a medio valle en contra del otro medio. Y para colmo, instalaron un cuartel de la Guardia Nacional, donde hasta entonces nunca se había echado en falta policía.
Y así es como se jodió todo en este bonito valle.


Historias hiperbreves del más allá, Manolo Yagüe.