sábado, 31 de marzo de 2012

EL CUENTO MÁS BREVE DEL MUNDO

Ya se sabe que hay una cerrada competición por conseguir el cuento más breve del mundo. Qué mínimos requisitos debería tener ese cuento hiperbreve para no ser una frase cualquiera. Es complejo asegurarlo: un conflicto, personajes, una resolución. Hay destacados cuentos en la lista: dos de ellos de fama internacional, difíciles de superar:

"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí."

Augusto Monterroso.


"Vendo zapatos de bebé, sin usar."

Ernest Hemingway.



Yo por mi parte pienso que la brevedad absoluta es sólo un juego, y aunque, por su realismo me gusta más el de Hemingway, considero que no todo es cuento. Por mi parte, arriesgando mi ya de por sí escaso prestigio, os propongo un cuento hiperbreve, que se titula



CITA A CIEGAS


 Ella dijo, estoy casada. Yo lo estuve, respondió él. ¿Es fácil dejarlo?, pregunto ella. Lo peor es, dijo él, que nunca se deja.





Relatos hiperbreves del más allá, Manolo Yagüe.

viernes, 30 de marzo de 2012

LA CAMA DEL NIÑO


¿Quién no ha deseado dormir en la cama todo el día? ¿Qué padre, o madre, no ha intentado que su hijo se echara la siesta y se ha quedado dormido con su retoño? ¡Quién no ha deseado en algún momento de su vida dejar de hacerse mayor!
Después de haber escrito este pequeño relato de juguete, leí por casualidad, como casi siempre llegan estas cosas, un relato de John Updike titulado “¿Debe el mago pegar a mamá?”, que también trata de un padre contando cuentos a su hija. Confieso que el título me ha dado envidia.
Me meto a la cama, a contar un cuento; espero que ustedes lo disfruten, y que no se queden dormidos:


LA CAMA DEL NIÑO


Cuando el niño dejó de dormir en la cuna, pues antes hubiera sido imposible meterme yo en la cuna, porque ni mi mujer ni mi tamaño lo hubiera permitido, me entraron unas ganas terribles de acostarme a dormir con él en su cama. Cualquiera que haya dormido con un cachorro de perro entenderá el motivo. Tienen, bebés y cachorros, un calor corporal como de diminutas estufas, un tacto suave y blando, y un ritmo de respiración y pulsaciones que inspiran el sueño.
Al principio, me acostaba en la siesta, con la excusa de ayudarle a quedarse dormido, y mientras el chiquillo me metía el dedo en la nariz o la oreja, me hurgaba entre los párpados, o me tiraba del pelo de la barba, nos quedábamos como troncos.
Luego fueron los cuentos, y la hora de dormir de por las noches. Al comienzo de esa nueva fase, yo me encargaba, no dejándole a mi mujer, de contarle los cuentos. Me marchaba de la habitación del niño, no bien sus enormes ojos negros se habían cerrado, y su respiración se acompasaba al murmullo del chupete. Me iba con cierto dolor y envidia. Alguna noche, cuando mi mujer subió a ver al niño, fingí dormir a su lado, y me quedé con él toda la noche. Hasta que se fue convirtiendo en rutina.
Cuando el niño fue haciéndose mayor, y creciendo de manera intolerable, a veces yo le molestaba y no le dejaba dormir. Papá, no seas pesado y vete a tu cama. Yo le respondía: vete tú a dormir con mamá.
Así que algunas noches, en mitad del sueño, mi hijo, al recibir alguna patada o empujón por mi parte, se iba como un sonámbulo a acostar con su madre, en el espacioso dormitorio matrimonial. Yo me sonreía en el calor del duermevela, y me hacía con el poder de todo el edredón, del osito de peluche, y de la habitación azul de mi hijo. Su madre, por supuesto, lo acogió encantada.
Esa costumbre se fue imponiendo de tal manera, que mi hijo, directamente se iba a dormir a la cama matrimonial, sin pasar por su habitación, que ya no le interesaba lo más mínimo, pues ya había crecido hasta ser de mi altura, y no andaba con juguetes.
Yo por mi parte tampoco deseaba volver a la cama matrimonial, y evitaba pasar a su lado.
Ahora mi hijo me dice adiós desde la puerta de la habitación azul antes de ir a trabajar, vestido con mis trajes, y mi mujer se enfada porque no quiero salir de la cama para ir al colegio.




Relatos hiperbreves del más allá, Manolo Yagüe

jueves, 29 de marzo de 2012

BESOS: QUÉ DICE CÁTULO SOBRE EL PARTICULAR

Hace tiempo escrbí una entrada del blog titulada BESOS, referente a un poema en el que Paul Morand, medio en serio medio en broma, nos advierte: según un estudio de psicología,  dar besos acorta la vida.
Ustedes eligen, hay que decidirse, ¿damos o no damos besos? Preguntaba yo.
Hoy con otro humor, alegre y amoroso, traigo a colación un sabroso poema del romano Cátulo (84 a.C.- 54 a.C.). Escrito para su su amada, la bella y licenciosa Clodia (que aparece como Lesbia en sus poemas), que luego le dejó, háciendole sufrir a Cátulo amargamente. Va de amor, tambien de besos:

Vivamos, Lesbia, y amemos;
los rumores severos de los viejos
que no valgan ni un duro todos juntos.
Se pone y sale el sol, mas a nosotros,
apenas se nos pone la luz breve,
sola noche sin fin dormir nos toca.
Pero dame mil besos, luego ciento,
después mil otra vez, de nuevo ciento,
luego otros mil aún, y luego ciento...
Después, cuando sumemos muchos miles,
confundamos la cuenta hasta perderla,
que hechizarnos no pueda el envidioso
al saber el total de nuestros besos.

 Cátulo

martes, 27 de marzo de 2012

DESDE LA TERRAZA

Era un hombre bajito, llevaba gafas, unas gafas de metal con las esferas redondas, y estaba medio calvo. Hacía buen tiempo, así que a esas horas de la mañana bastaba con un fino jersey. El jersey le venía un poco grande, como si hubiera comprado una talla de más. Se asomó y observó la calle desde la terraza del séptimo piso, con la exagerada precaución de los que tienen vértigo. Apartó una de las macetas, plantada de geranios mustios, que colgaban en la terraza. Se puso a horcajadas en la barandilla, temblando, porque no le daban las piernas de tan bajito como era. Subió la otra pierna, para salvar la altura de la barandilla y sus pies quedaron encajados entre los barrotes, mientras se sujetaba con manos de desesperación. Se asomó girando el cuello, pero tenía la calle a su espalda. Los pies le vibraban apoyados a los hierros del balcón. Con extremo cuidado, como si temiera caerse, se dio la vuelta para ponerse de cara a la calle.
Cayó encima de un toldo, rebotó, salto despedido encima de un coche de color rojo, que ni siquiera se abolló con el escaso peso del hombrecillo, rodó por el parabrisas delantero, y fue a dar con sus huesos en la calzada de la calle, a la altura de la rueda delantera izquierda del vehículo.
Una furgoneta de correos paró justo delante de él, a punto de atropellarlo. Enseguida se vio rodeado de gente. La furgoneta de correos se desvío hacia el otro lado de la calzada; tenía prisa. Se levantó aturdido: ¿estoy muerto? ¿estoy muerto? Preguntó varias veces. Vaya suerte, repetía sin parar uno de los operarios del taller de cambio de ruedas, que sujetaba al hombrecillo, sin percatarse de que tenía las manos llenas de grasa. Vivito y coleando, se rió un joven ceñido con ropa de color negro, y con unas melenas que parecían de mujer. Una señora mayor, se puso a llorar, y la camarera de la cafetería de enfrente, una colombiana muy jovencita y agraciada, trató de consolarla. Habrá que llamar a la policía y a una ambulancia, dijo un señor fornido, con traje y engominado, que parecía recién salido de una oficina de banco. No, no llamen a nadie, dijo con un hilo de voz el hombrecillo, que parecía un enano rodeado de amigables gigantes. Estaba visiblemente azorado. ¡Pero que ha hecho, usted está loco o qué!, vociferó con los brazos en alto el dueño del quiosco de la esquina, con sus melenas blancas como Einstein, que le hacían parecer loco de verdad. Estaba regando las plantas, no sé que me pasó, se excusó nervioso, con la cara, la calva y las orejas rojas de vergüenza, ¿de verdad que no me ha pasado nada? Eso parece, sentencio el tipo que parecía salido del banco. Es un milagro, exclamó la señora mayor alzando sus ojos al cielo, y la camarera colombiana asintió con gesto devoto. No será mejor que lo lleven al hospital, aulló otro operario del taller mientras se frotaba las manos con un paño grasiento, lo mismo se ha roto algo por dentro. No quiero ir al hospital, me encuentro perfectamente, perdonen las molestias, lo mejor es que
vuelva a casa, musitó el hombrecillo mientras trataba de dar cortos pasos hacia su portal, con su mirada cegata,  ya que había perdido las gafas en la caída, pero nadie pareció darle importancia, ni el mismísimo accidentado. Quiere que le acompañe señor, se ofreció un adolescente con el pantalón caído, que no tenía ganas de ir a clase. No, gracias, está mi mujer, mejor que no se entere. Será lo mejor, se miraron unos a otros, con gestos de satisfacción por el deber cumplido.



El hombrecillo rebuscó en los bolsillos, sacó un manojo de llaves que le tiritaban entre los dedos, y entró en el portal, rodeado por el barullo de curiosos. Se le vio caminar pasillo adentro, en la más absoluta soledad, palpándose los brazos y la cabeza, como incrédulo. Cogió el ascensor. Se despidió con un movimiento involuntario del brazo, como un rápido saludo franquista, alzando como un resorte la mano desde el codo, de las caras que le observaban pegadas a los cristales del portalón de acceso al edificio,  conforme las puertas del ascensor se cerraban.
Los viandantes se fueron alejando despacio mientras comentaban el suceso, directos a sus quehaceres cotidianos.
Yo tuve un presentimiento. Llevaba tiempo sentado en un banco de la acera de enfrente. Tampoco tenía cosa mejor que hacer. Me encendí un cigarro. No dejaba de observar la terraza. Luego me encendí otro. Me dije, si no sale cuando me lo acabe, me voy.
Pero, cuando ya pisaba el cigarro para largarme, se abrió una ventana del séptimo piso, justo al lado de la terraza. Calculé que salvaría el toldo. Se subió como en una silla que le hizo las veces de escalera. Casi no tuvo que agacharse para sortear el marco.
Miró hacía abajo, directamente al punto donde su cuerpo tenía que hacer diana. Se lo pensó mejor. Entró de nuevo, cerró la ventana, y corrió las cortinas, como enfadado.
Me acordé de sus gafas. El tío llevaba gafas. Me acerqué y husmeé. En efecto. Las gafas estaban rotas, pero me las quedé de recuerdo.





Relatos hiperbreves del más allá, Manuel Yagüe.

lunes, 26 de marzo de 2012

POR LISBOA: CON ANTONIO TABUCCHI, EN BUSCA DEL ESPÍRITU DE FERNANDO PESSOA.


Vista desde el Castelo de Sao Jorge

En memoria de Antonio Tabucchi


Una vez me dio la ventolera, cogí mi megán “amarelo” (amarillo en portugués), y dejé a mi mujer tirada para pasarme unos días sólo en un lugar remoto. Me dije, adónde coño iré yo ahora. Y pensé en Lisboa, en el terremoto de 1755, en que era Semana Santa pero hacía calor, en que había leído Réquiem, una novela de Antonio Tabucchi, en la que el personaje protagonista va al encuentro literal del espíritu del gran Pessoa, a quien también había leído, en los dos tomos de la obra poética completa, edición bilingüe, de Ediciones 29, una edición barata, especialmente diseñada para estudiantes que soñábamos con ser poetas.
Lisboa no tiene nada de remoto, como se comprenderá fácilmente. Pero conserva el encanto decadente de los cafés viejos, de las calles intrincadas, de sus tienduchas de antigüedades llenas de polvo romántico, de sus librerías de viejo, del puerto sucio, de la dulzura del idioma portugués, del traqueteo de sus tranvías amarelos, de la miseria un tanto desvaída del sur, de la brisa aterradora del atlántico, de su puesta de sol al borde del estuario del Tejo.

Puente 25 de Abril
Entré por el Puente 25 de Abril, imponente vista del orificio de la nariz, me peleé con el tráfico imposible del centro de la ciudad y, cansado de disfrutar con la paciencia de los conductores lisboetas, que te dejan pasar sin problemas y no te gritan o insultan si te metes por dirección prohibida, dejé descansar el pobre megán en un parking público toda la noche, y me fui en busca de una pensión. Después de siete tugurios, di con una pensión encantadora por la que pagué cuatro perras en las estribaciones del Castelo de Sao Jorge, a un paso de la y juro que hubiera sido el alojamiento elegido, aunque me hubieran dado todos los hoteles de Lisboa para elegir (Sociedade Hotel Brasil Africano, Lda., Travessa das Pedras Negras, 8 -2º).
Vi todo lo que hay que ver, y por supuesto, no me encontré con el espíritu de Pessoa. Ni con el mío propio. El día antes de partir, una portuguesa de piel morena y pelo negro, con su voz melosa, subió toda una cuesta empinada para mostrarme un sitio imposible donde aparcar mi megán “amarelo” y, sin saberlo, bautizó el coche.
A la mañana siguiente, el desprendimiento de una casa cercana, casi entierra mi coche. Pero con su habitual parsimonia y amabilidad, los policías y bomberos locales me dijeron que no le había pasado nada, pero que por favor lo quitase de allí. Me dieron las gracias con efusiva amabilidad: hubieran estado dispuestos a esperar todo el día sin impacientarse a que llegara el dueño del megán amarelo que les molestaba en sus tareas.
No hay nada más; el resto fluyó con la metódica pasión del turismo de siempre, salvo por mi baño en la playa frente al casino de Estoril, con un bañador floreado comprado por cinco euros y que todavía uso, para desprestigio de mi mujer, y una ruta por la accidentada orografía de la nariz lusa, hasta el Cabo da Roca.
Puedo afirmar con total seguridad que el libro de Tabucci y los poemas de Pessoa hacen honor al recuerdo que dejan de Lisboa.
Los tranvías amarelos
Para concluir bien todo viaje literario, ha de hacerse con unas líneas de buena literatura:


"La Vieja Gitana se apoderó de mi mano izquierda y miró con mucha atención la palma.Es un poquito complicado, hijo mío, dijo la Vieja Gitana, es mejor que te sientes en este banco. Me senté, pero ella no me soltó la mano. Hijo, me dijo la vieja, escucha, así no puedes continuar, tú no puedes vivir en dos lados, el lado de la realidad y el lado del sueño, eso provoca alucinaciones, eres como un sonámbulo que atraviesa un paisaje con los brazos extendidos y todo aquello que tocas pasa a formar parte de tu sueño, yo misma, que soy vieja y gorda y peso ochenta kilos, siento que me disuelvo en el aire al tocar tu mano, como si pasara a formar parte también de tu sueño.

Réquiem, Antonio Tabucchi."


“Todos los días ahora despierto con alegría y pena.
Antaño despertaba sin sensación alguna; despertaba.
Tengo alegría y pena porque pierdo lo que sueño
y puedo estar en la realidad en donde está lo que sueño.
No sé qué he de hacer con mis sensaciones.
No sé qué he de hacer conmigo a solas.
Quiero que ella me diga algo que me despierte de nuevo.


Fernando Pessoa”


Manuel Yagüe

domingo, 25 de marzo de 2012

QUÉ VOY A HACER YO CON UN PLAYERO



Mi compañero de colegio robaba en las tiendas. Luego, nos íbamos a la parte de atrás del colegio y él trataba de venderme lo robado. Le compré un reloj de pulsera digital, unas cintas de casette vírgenes, un CD de Queen, unas gafas de sol de mujer, un libro de espiritismo, y otras muchas cosas perfectamente innecesarias.
Nos entendíamos bien. A él le gustaba robar, y a mí comprar objetos robados. Además, los precios eran muy buenos. Un día apareció con un playero, un solo playero, el playero del pié derecho. Para qué quiero yo un solo playero, le dije. Mira, es muy bueno, es el último modelo de Nike. Eran las Nike Air. Yo nunca he jugado al baloncesto. Soy bajito y patoso. Creo que es tú número, insistió, como todo buen vendedor. No sé, pero que voy a hacer yo con un solo playero, dije, receloso. Bueno, lo que podemos hacer es que tú te lleves este, a mitad de precio, y yo te robo el pie izquierdo; la semana que viene, te lo aseguro. Es un poco arriesgado, no te parece, traté de persuadirlo.
Me llevé el único playero del pie derecho, escondido en la mochila. No bien estuve a solas en mi habitación, me probé el playero, que relucía como en el anuncio. Pero me estaba grande, muy grande, a decir verdad.
Al día siguiente, no vino a clase. Al tercer día se extendió el rumor de que lo habían pillado robando en una zapatería, le habían detenido, y que sus padres, que estaban divorciados, lo habían mandado interno a un colegio de Inglaterra.
Lo sentí tanto que, aunque me de vergüenza confesarlo, lloré de rabia.


Nike Air Jordan

Relatos hiperbreves del más allá, Manuel Yagüe.


sábado, 24 de marzo de 2012

METÍ A LA MUJER, COMPLETAMENTE DESNUDA, EN UN TARRITO DE CRISTAL


Metí a la mujer, completamente desnuda, en un tarrito de cristal. Hice unos agujeritos en la tapa metálica, y la llevaba de un lugar a otro de la casa, para ver como se comportaba. Parecía un animal bondadoso y frágil, que necesita cuidados y consuelo. Era primavera, así que puse el tarro en el alfeizar de la cocina, de cara al jardín, y ella se acurrucó y cantó canciones tristes. Eres feliz, te aburres, le pregunté. Pegué mi oído a la tapa y escuché sus quejas. Quería ropa, y joyas. Y salir de vacaciones. A mí me gustaba más desnuda, natural. Te daré todo lo que me pidas, le dije, pero no me pidas que te deje salir. Lloró toda la noche. Le compré vestidos de muñeca, joyas tan grandes que no se las podía poner en los dedos o en el cuello o en la oreja, pues la matarían. Pero a ella le gustaron porque eran caras, y una buena joya se distingue a la legua. Me pidió que cambiase mi atuendo, que me calzase zapatos de marca y llevase traje, que me cortase el pelo y me rasurase la barba, que hablase mejor, que leyese otros libros y que dejase la
s malas compañías. Me compré un coche deportivo de alta gama, para sacarla de paseo. Me hice socio de un club de golf. Cuando ya era irreconocible para mis antiguos conocidos, ella dejó de interesarme. Simplemente, había muchas mujeres iguales a ella. Un día, ya cansado, abrí la tapa. Puedes irte, le dije. No, no quiero irme, ahora estoy enamorada de ti.


Relatos hiperbreves del más allá, Manuel Yagüe

viernes, 23 de marzo de 2012

CONTRA LA FIDELIDAD: UN RELATO HIPERBREVE DE HUIDOBRO.

El poeta Vicente Huidobro, nos deja aquí un ejemplo en prosa de su talento narrativo. Valga mencionar que todo buen cuento se parece más a la poesía que a la novela; y la poesía se nota en cada palabra del pequeño relato. Con tan pocas palabras y tan bien meditadas, medidas, da en el clavo, justo donde conviene dar, sobre todo si se quiere ser breve.
Contra la fidelidad, lo titularía yo.
Un ensayo filosófico de quinientas páginas podría ensalzar menos la libertad del amor que este fragmento de vida. Otra vez, como no, se desenvuelve mejor la poesía.
El final es asombroso, inesperado y decisivo, como toda la literatura de Huidobro.


TRAGEDIA

María Olga es una mujer encantadora. Especialmente la parte que se llama Olga.
Se casó con un mocetón grande y fornido, un poco torpe, lleno de ideas honoríficas, reglamentadas como árboles de paseo.
Pero la parte que ella casó era su parte que se llamaba María. Su parte Olga permanecía soltera y luego tomó un amante que vivía en adoración ante sus ojos.
Ella no podía comprender que su marido se enfureciera y le reprochara infidelidad. María era fiel, perfectamente fiel. ¿Qué tenía él que meterse con Olga? Ella no comprendía que él no comprendiera. María cumplía con su deber, la parte Olga adoraba a su amante.
¿Era ella culpable de tener un nombre doble y de las consecuencias que esto puede traer consigo?
Así, cuando el marido cogió el revólver, ella abrió los ojos enormes, no asustados sino llenos de asombro, por no poder entender un gesto tan absurdo.
Pero sucedió que el marido se equivocó y mató a María, a la parte suya, en vez de matar a la otra. Olga continuó viviendo en brazos de su amante, y creo que aún sigue feliz, muy feliz, sintiendo sólo que es un poco zurda.

He puesto esta foto, y no me pregunten por qué.


Vicente Huidobro.



miércoles, 21 de marzo de 2012

ACCIDENTE FERROVIARIO


Los trenes se estrellaron a eso de las seis de la madrugada. Iban todos los ocupantes dormidos, a esas horas, dos trenes que venían de lejos se encontraron en el punto medio de sus recorridos. Como decía, iban todos dormidos. Incluso los viejos conductores de los trenes. Nadie dio la voz de alarma. Nadie quedó con vida. Fue como un sueño. Los vagones quedaron desperdigados en las tierras baldías, como juguetes de un dios caprichoso.
Hubo quien dijo: que quede todo  así, tal y como quedó. A fin de cuentas, los encontraron cinco horas más tarde. Pero la civilización no podía permitirlo.
La televisión se hizo eco de la noticia. Se vieron imágenes de familiares llorando, de hierros retorcidos, de cuerpos mutilados.
Las imágenes llegaron al otro lado del planeta, donde un viajero leía el periódico de la mañana sentado en un asiento de ventanilla del tercer vagón de un tren que a las seis de la mañana iría al encuentro de otro tren que viajaba en sentido contrario. El hombre se dijo: es lástima, a esa hora seguramente estaré dormido.





Relatos hiperbreves del más allá, Manuel Yagüe


martes, 20 de marzo de 2012

sábado, 10 de marzo de 2012

EL NIDO DE AMOR

Feliz cumpleaños, Yolanda.

EL NIDO DE AMOR


En el pisito enano, franquista, con los cuervos viejos y los pomos colgantes,
estábamos tú y yo, un niño imaginario, un perro schnauzer, y varias plantas
que habían muerto de sobredosis.
Oíamos golpear las paredes, y las tuberías emitían una música
indudable, surgida de las cloacas.
¿Quiénes eran aquellos que golpeaban las paredes
y nos obligaban a golpear las paredes?
No llegamos a saberlo.
Los llantos de una mujer mordida por un cartero
no cesaban de deshilachar la niebla del antiguo río que pasaba por la zona.
Un río fantasma, que había quedado paseándose por el barrio,
como un violador ansioso por las calles sin números.
Hubiéramos tenido que fingir un suicidio.
Y sabes lo bien que se me da hacer colgajos.
Nunca nos hubiéramos adaptado a la vida entre los muertos.
¡Felices borrachos! Una noche de luna llena.
Lo que prueba que la felicidad está en cualquier parte;
sobre todo si te acosan toros o alfileres.



Manuel Yagüe

viernes, 9 de marzo de 2012

UNA ANÉCDOTA MACABRA, CONTADA POR JULIO CESAR

No me he podido resistir a introducir esta nota de color en el aburrimiento de la vida cotidiana. Una anécdota tan cruel como precisa, que muestra el dolor de una madre, y la pericia para contar de Julio Cesar, si es que es suya.


“Jugaba un muchacho tracio sobre el helado río Hebro, cuando rompió con su peso el agua congelada por el frío; y mientras sus miembros inferiores eran arrastrados hacia lo profundo, un témpano liso le cortó la cabeza por el cuello. Su madre, que no tardó en encontrarla, la entregó a la pira, y exclamó: Esto he parido para las llamas y el resto para las aguas. ¡Desdichada de mí! El río posee la mayor parte, y sólo esto me dejó para hacerme saber la muerte de mi hijo.”

Julio César

jueves, 8 de marzo de 2012

LAS NOCHES ÁTICAS Y EL BLOG: LA MISCELÁNEA

En otros tiempos gustaban de recoger en libros compendios de anecdotas de personajes célebres de la antiguedad, vidas de filósofos, historias y aventuras de sabios, antiguas costumbres, apuntes de litereatura, etc, de tal manera que configuraban un abigarrado conjunto, muchas veces desordenado, la mayoría de ellas sin mayor hilazon que el gusto y caracter del recopilador de las mismas.
Es la miscelanea, un género que, por curiosidades del destino, parece que los blogs van introduciendo en nuestro paradigma lector.
Este blog, que pretende recuperar el gusto de la miscelánea en desuso, con materiales tan variopintos como aparentemente descabalados, como si nos los hubiéramos encontrado en una tienda de empeños, o en un desván maravilloso, disfruta del anonimato que conceden las citas agenas, los cuentos prodigiosos e inverosímilies, las obras de rara factura, de humor negro o terror, aquellas imposibles de encontrar o incluso inexistentes.

Impulsado por el ejemplo feliz de Aulo Gelio, y sus Noches Áticas:
"Siempre que caía en mis manos algún libro griego o latino, o cuando tenía la oportunidad de escuchar algo digno de ser recordado, todo cuanto me era grato, del tipo que fuera, lo anotaba de forma desordenada y en mescolanza, y estas cosas las guardaba como apoyo de mi memoria, a la manera de provisiones para mis escritos [...]
Por tanto, hemos reproducido en estos comentarios la misma disparidad de asuntos de las anotaciones originarias, concisas, sin elaborar y carentes de orden, tal y como las habíamos tomado de lecciones y lecturas varias. Y, dado que comenzabamos a disfrutar con la reunión de estos comentarios durante las largas noches invernales en la campiña Ática, como ya dije antes, por ello les pusimos simplemente el título de Noches Áticas, [...]"

Aulo Gelio, prefacio a Noches Áticas.

Recordemos que estas obras constituían sobre todo un divertimento, y a posteriori un metodo indirecto de enseñanza moral. Nuestra conciencia debía quedar salpicada, enturbiada, o agitada, por las anecdotas, graciosas, terribles, sabias o estúpidas, mientras en apariencia pretendia entretener las largas noches sin televisión.
Eran obras, como se ve, de lectura en grupo, ligeras, que incitaban a una agradable conversación posterior; lecturas para degustar de noche alrededor del fuego, y muy apropiadas para olvidar el día y conciliar el sueño.
Autores como Antonio de Torquemada (primera mitad del siglo XVI), nacido en Astorga,  que estudió en Salamanca, y viajó a Italia durante su juventud, sucesos todos ellos comunes entre los jovenes con posibilidades de la época, dispuestos al mismo tiempo a la aventura romántica y al pragmatismo de obtener un puesto en la creciente administración de los Austrias, popularizan y españolizan el género.
A su vuelta a España, Antonio de Torquemada entró como secretario al servicio del conde de Benavente. Allí, en los descansos de sus ocupaciones realiza sus estudios, y procede a juntar sus recopilaciones, que darán su fruto en la extraña y un tanto enloquecida obra "Jardín de flores curiosas", donde mezcla leyendas de brujas, cuentos populares, viajes a tierras inexistentes, animales fantásticos, donde se funden verdades y mentiras, o mejor invenciones, donde presenta como erudito lo inverosímil, y donde se regodea en lo anecdótico, terrorífico, incluso cruel.
Muy propio, como se ve, de la mente Hispana, la obra de Antonio de Torquemada españoliza el género que con tan buen gusto supo manejar Aulio Gelio.

Tomando nota de ambos ejemplos, me dispongo, con toda esa sabia herencia del pasado a cuestas, a dar forma a mi blog; hagan ustedes las comparaciones oportunas.


Manuel Yagüe

miércoles, 7 de marzo de 2012

LOCO: SEGÚN AMBROSE BIERCE

Ambrose Bierce
"Loco, adj. Alguien que sufre de un alto grado de independencia intelectual; aquel que no se rige por las convenciones del pensamiento, la lengua y la acción que se derivan del estudio que los conformistas hacen de sí mismos; en desacuerdo con la mayoría; para ser breves, poco común. Hay que destacar que las personas son declaradas locas por funcionarios que no pueden demostrar su propia cordura. A modo de ilustración, el presente (e ilustre) lexicógrafo no se siente seguro al proclamar que su conducta sea más cuerda que la de cualquier paciente de los manicomios locales. Sin embargo, por lo que sabe, en vez de andar derrochando sus capacidades intelectuales en su elevada profesión puede que, en realidad, esté golpeando sus manos contra los barrotes de la ventana de un psiquiátrico y afirmando que es Noah Webster, para el deleite inocente de muchos espectadores sin cerebro."


Diccionario del diablo, Ambrose Bierce.

martes, 6 de marzo de 2012

UNA MUJER QUE REÚNA ESAS CONDICIONES: UN APUNTE A UN CUENTO DE YASUTAKA TSUTSUI

En uno de los cuentos del escritor Yasutaka Tsutsui, dentro de la colección titulada "Estoy desnudo", aparece un personaje llamado Warai, que despues de dejar los mejores años de su juventud aparcados para hacer una brillante carrera como estudiante y como empleado, busca una joven con la que perder la virginidad.
Estos son los requisitos que pone Warai a la candidata ideal. Yo creo que Warai lo tiene difícil, no se que pensarán ustedes:

"Para Warai, la mujer a quien entregarle la castidad debía cumplir las siguientes cinco condiciones: ante todo, tener una belleza superior a la de diez mujeres; ser refinada y culta; que su belleza y caracter fuesen los que a él le gustaban; para no tener complicaciones a posteriori, debía ser una mujer que perdonara una infidelidad y que lo quisiera de verdad, sin exigirle matrimonio; y, por último, para que su primera experiencia no le dejara mal sabor de boca, debía ser una mujer que tuviera los conocimientos necesarios y llevara la iniciativa, dado que él no se permitiría tener ni un fallo. Lo cierto es que en su entorno no era fácil encontrar una mujer que reuniera esas condiciones."


Estoy desnudo, Yasutaka Tsutsui.
Editorial Atalanta.

lunes, 5 de marzo de 2012

ASÍ ES COMO UNO SE CASA: UNA FÁBULA DE ROBERT FOX

Así es como uno se casa. Una fábula moderna en el interior del metro de Nueva York. Advierto a los solteros: cuidado con las jovencitas que viajan en el metro con sus madres. Cuidado con las historias románticas que acaban bien.


Las mujeres que no conocemos, José Luís Guerin, 2007.




 FÁBULA


El joven iba perfectamente afeitado y pulcramente vestido. Era un lunes muy de mañana, y se metió en el metro. Era el primer día de su primer empleo, estaba un poco nervioso. No sabía con exactitud en qué iba a consistir su trabajo. Aparte de esto, se encontraba perfectamente bien. Toda la gente le veía bien. Le caían bien los transeúntes, los que se metían en el metro, y le caía bien el mundo, porque el día era claro y bueno, y él iba a empezar su primer empleo.
El joven consiguió encontrar un asiento en el metro que iba a Manhattan sin tener que dar codazos ni patadas a nadie. El vagón se llenó rápidamente, y él miraba a los que estaban de pie en torno a él y le envidiaban el asiento. Entre esta gente había una madre y su hija, que iban de compras. La hija era una bella muchacha rubia cuya piel parecía muy suave, y el joven se sintió atraído por ella inmediatamente.
-Te está mirando -susurró la madre a la hija.
-Sí, madre, y me molesta mucho. ¿Qué hago?
-Está enamorado de ti.
-¿Enamorado de mí? ¿Cómo puedes saberlo?
-Pues porque soy tu madre.
-Pero ¿qué hago?
-Nada. Intentará hablar contigo. Si lo hace tienes que contestarle. Sé amable con él. No es más que un muchacho.
El tren llegó al barrio de las oficinas comerciales y mucha gente se bajó. La chica y su madre encontraron asiento enfrente del joven, que seguía mirando a la chica, la cual, de vez en cuando, le miraba para ver si la estaba mirando.
El joven cedió su sitio a un hombre mayor como pretexto para ponerse de pie. Se quedó de pie junto a la chica y su madre. En otra parada quedó libre el asiento que había junto al de la chica, y el joven se sonrojó, pero lo ocupó inmediatamente.
-Lo sabía -dijo la madre, entre dientes-, lo sabía. Lo sabía.
El joven carraspeó y tocó a la chica en el hombro, haciéndola sobresaltarse.
-Dispénseme -le dijo-, pero es usted una chica muy bonita.
-Gracias -dijo ella.
-No hables con él -dijo la madre-, no le contestes. Te lo advierto. Hazme caso.
-Estoy enamorado de usted -dijo él a la chica.
-No le creo -dijo la chica.
-No le contestes -dijo la madre.
-De verdad que sí -dijo él-; más aún: estoy tan enamorado de usted que quiero casarme con usted.
-¿Tiene usted empleo? -dijo ella.
-Sí, hoy es el primer día. Voy a Manhattan a empezar mi primer día de trabajo.
-¿Y qué clase de trabajo es el que va a hacer? -preguntó ella.
-No lo sé con exactitud -dijo él-, ya le dije que todavía no he empezado.
-Parece interesante -dijo ella.
-Es mi primer empleo, pero tendré mesa propia, y manejaré un montón de papeles y tendré que llevarlos por ahí en una cartera, y me pagarán bien, y ascenderé a fuerza de tra­bajo.
-Te amo -dijo ella.
-¿Te casarás conmigo?
-No lo sé. Tendrás que preguntárselo a mi madre.
El joven se levantó de su asiento y se situó de pie ante la madre de la chica. Esta vez carraspeó con gran cuidado.
-Tengo el honor de pedirle la mano de su hija -dijo, pero el ruido que hacía el vagón ahogó completamente su voz. La madre le miró y dijo:
-¿Cómo?
Él tampoco la podía oír, pero por el movimiento de sus labios y por su manera de arrugar el rostro comprendió lo que había dicho: cómo.
El metro llegó a una estación.
-¡Que tengo el honor de pedirle la mano de su hija! -gritó él, sin darse cuenta de que el metro ya no hacía ruido.
Todos los que estaban en el vagón se le quedaron mirando, sonrieron, y luego se pusieron a aplaudir.
-¿Esta usted loco? -preguntó la madre.
El tren volvió a ponerse en marcha.
-¿Cómo? -dijo él.
-¿Por qué quiere casarse con ella? -preguntó la madre.
-En primer lugar porque es bonita. Quiero decir que estoy enamorado de ella.
-¿Y nada más?
-Pues no -dijo él-, ¿es que tiene que haber algo más?
-No, de ordinario no -dijo la madre-. ¿Trabaja usted?
-Sí, y, por cierto, ésa es la razón de que vaya ahora a Manhattan tan temprano. Es que hoy es mi primer día de trabajo.
-Pues felicidades -dijo la madre.
-Gracias. ¿Puedo casarme con su hija?
-¿Tiene usted coche? -preguntó ella.
-Todavía no -dijo él-, pero probablemente tendré uno dentro de muy poco. Y también casa.
-¿Casa?
-Sí, con muchas habitaciones.
-Bueno, sí, ya me figuré que iba a decir eso -dijo ella. Se volvió a su hija-: ¿Lo quieres?
-Sí, madre, lo quiero.
-¿Por qué?
-Pues porque es bueno, y dulce, y amable.
-¿Estás segura'?
-Sí.
-Entonces es que lo quieres de verdad.
-Sí.
-¿Estás segura de que no hay ningún otro al que pudieras amar y con quien desearas casarte?
-No, madre -dijo la chica.
-Bueno, pues entonces -dijo la madre al joven- está visto que no puedo hacer nada. Pregúnteselo usted otra vez.
El metro se paró.
-Queridísima mía -dijo él-, ¿quieres casarte conmigo?
-Sí -dijo ella.
Todos los del vagón sonrieron y se pusieron a aplaudir.
-¿No es cierto que la vida es maravillosa? -preguntó el joven a la madre.
-Maravillosa -dijo la madre.
El revisor se bajó de entre los vagones al arrancar de nuevo el tren y, poniéndose bien la corbata oscura, se acercó a ellos con un solemne libro negro en la mano.


Robert Fox
Robert Fox (Estados Unidos, 1952)

domingo, 4 de marzo de 2012

LA BUENA EDUCACIÓN



En el colegio pondrán una lista con los héroes que no van a volver.

Ven a cantar.
Con nosotros cantarás más fuerte.
Ponte el traje, desfila con las antorchas y la cara enrojecida.
Era un niño caprichoso, ahora se come las verduras sin chistar.
Qué suerte han tenido sus padres.
Cuando llegue la carta, la leerán en las noches de cartón.
No como aquel.
Anda todo el día dando patadas a los botes de conserva.
Hay que abrazar el sueño, el Gran Sueño.
Y si de pronto, un obús cae en la cuna del bebé,
Sabremos el por qué. Y no nos dará miedo enterrar el muñeco.

En el colegio pondrán una lista con los héroes que no van a volver.



"Sin novedad en el frente", la película; KANTOREK aleccionando
 a sus alumnos sobre la importancia de
sacrificarse por la patria; ¡cobarde quien no lo haga!



Manuel Yagüe

sábado, 3 de marzo de 2012

LA MANO: UN CUENTO BREVE DE GÓMEZ DE LA SERNA


LA MANO


El doctor Alejo murió asesinado. Indudablemente murió estrangulado.
Nadie había entrado en la casa, indudablemente nadie, y aunque el doctor dormía con el balcón abierto, por higiene, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí hubiese entrado el asesino.
La policía no encontraba la pista de aquel crimen, y ya iba a abandonar el asunto, cuando la esposa y la criada del muerto acudieron despavoridas a la jefatura. Saltando de lo alto de un armario había caído sobre la mesa, las había mirado, las había visto, y después había huido por la habitación, una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían dejado encerrada con llave en el cuarto.
Llena de terror, acudió la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les costó cazar la mano, pero la cazaron y todos le agarraron un dedo, porque era vigorosa como si en ella radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte.
¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella mano?
Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la pluma para que declarase por escrito. La mano entonces escribió: “Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente por el doctor en el hospital y destrozado con ensañamiento en la sala de disección. He hecho justicia”.




Ramón Gómez de la Serna

viernes, 2 de marzo de 2012

LA FAMILIA ADDAMS: VIÑETAS DE HUMOR NEGRO

Charles Addams fue el creador de la conocidísima y encantadora Familia Addams (Morticia, Gómez, Miércoles, Fétido, Cosa), que popularizaron después el cine y la televisión. Criado en una casa de estilo gótico en la calle Elm Street, se matriculó en la Grand Central School of Art de Nueva York, y muy poco después empieza a publicar su viñetas en The New Yorker, donde no dejaría ya de publicar con regularidad.
Dotado de un elegante humor negro, destaca por sus sencillos y amables dibujos, y su economía de medios expresivos. Modernizó la típica viñeta de humor que aparecía en la prensa, sobre todo por la necesaria simultaneidad del dibujo y el texto: ambos son necesarios para que el chiste completo se comprenda, y potencia así los efectos del mismo. También es de destacar la capacidad de Addams para confrontar lo cotidiano con lo absurdo, con excelentes sugerencias. Como ejemplo de ello la viñeta de los esquiadores, que acabaría siendo incorporada al test Binet de habilidades mentales.

Aquí os muestro una pincelada de su trabajo:






Por el amor del cielo, ¿es que no sabes hacer nada bien?


Y, para terminar, dos muestras de la pacífica vida hogareña de la Familia Addams; despues de ver estas dos estampas de amor y sentido común, ¿qué padres no elegirían un modelo familiar semejante para la educación de sus hijos?






Hoy es uno de esos días
en los que te sientes feliz de estar vivo.



Nota: Las ilustraciones están, como no, sacadas de la red. Sin embargo he de decir que la sugerencia de esta entrada me la aporta el libro, editado por la editorial Valdemar, Charles Addams: La Familia Addams y otras viñetas de humor negro.

jueves, 1 de marzo de 2012

RYOKAN, EL GRAN TONTO: UN CONSEJO LITERARIO, O UN CONSEJO PARA LA VIDA

"Al hablar de las relaciones del Zen con la poesía es inevitable traer a colación el nombre del monje y ermitaño zen soto Ryokan (1758-1831). A menudo se piensa que un santo es alguien cuya sinceridad le acarrea la enemistad de la gente, pero Ryokan tiene la distinción de haber sido alguien a quien todo el mundo amaba, quizá porque era natural como un niño, más bien que bueno. Es fácil tener la impresión de que el amor a la naturaleza japonés es predominantemente sentimental, y que hace hincapié sobre todo en los aspectos "lindos" y "bonitos" de la naturaleza: mariposas, flores de cerezo, la luna otoñal, crisantemos y viejos pinos. Pero Ryokan es también el poeta de los piojos, las pulgas y está completamente empapado de lluvia fría:


Ryôkan en su ermita go goan.
En días de lluvia
el monje Ryokan
se apiada de sí.

Y su concepción de la naturaleza forma un solo conjunto:


El sonido del fregado
de la cacerola se mezcla
con la voz de las ramas de los árboles.




En cierto sentido Ryokan es un San Francisco japonés, aunque mucho menos evidentemente religioso. Fue un tonto errante, que jugaba con los niños sin avergonzarse, vivía en una choza solitaria del bosque bajo un techo con goteras y con una pared llena de poemas escritos en su letra maravillosamente ilegible, como patas de araña, tan apreciada por los calígrafos japoneses. compara los piojos de su pecho con bichos en el pasto, y expresa los sentimientos humanos más naturales- tristeza, soledad, azoramiento, o compasión- sin el menor rastro de vergüenza u orgullo. Aun cuando le roban sigue siendo rico, porque


Al ladrón
se le olvidó
la luna en la ventana.


Y cuando no hay dinero


el viento trae
suficientes hojas caídas
para hacer el fuego."


El camino del zen, Alan Watts.