martes, 10 de abril de 2012

FRANKENSTEIN: UN VIAJE LITERARIO POR MARÍA YAGÜE

Los viajes literarios, lo son sobre todo por razones personales, por la emoción que un libro ha dejado en nuestra memoria, y por el recuerdo de un personaje querido.

María Yagüe ha hecho a bien servirnos este delicioso texto, reflexionando sobre el sentido de un viaje, de un paisaje, y de la emoción de un personaje admirado. Preparen el paladar, y disfruten de su compañía, y de un final literario y admirable:

FRANKENSTEIN, LAS MONTAÑAS Y YO.
Mont Blanc

En el verano del 2010, mi amiga y compañera de piso polaca Basia y yo decidimos viajar por Europa durante dos semanas del más que tórrido mes de agosto. Empezamos nuestro viaje en Viena y lo finalizamos en Venecia, visitando Croacia y Eslovenia, en avión, tren, autobús o barco.
Y es curioso que ahora en la distancia, con el recuerdo de todas aquellas aventuras, de la libertad de no planear nada, de las borrosas noches etílicas, las comidas con sabor a comida, las playas de piedras ardientes, el azul profundo e hipnótico del mar adriático, los lagos de cuento, ahora la imagen más vívida en mi memoria y la que, desde luego, más profundo caló en mi, son unas montañas verdes, de un verdor de película coloreada.
Basia y yo cogimos un tren en Viena que nos llevaría en Zagreb. El tren, como no podía ser de otro modo y para ciertamente darle romanticismo a la historia, era viejo y destartalado. Hacía calor, pero un calor de bochorno austriaco, que es lo mismo que el bochorno castellano del mes de agosto, pero así dicho parece más exótico. Tuvimos la suerte de poder escoger un compartimento y nos sentamos a leer y olvidarnos la una de la otra. Pero yo no pude leer, porque adiviné que aquellos parajes que íbamos a atravesar serían diferentes. Salí al pasillo y me senté al lado de la ventana a observar. Y ante mis ojos el paisaje amarillento y anodino se empezó a transformar y los colores se tornaron verdes, de un verde vivo, y los campos llanos, se volvieron montañas. ¡Y qué montañas! Empezó a llover, pocas y grandes gotas de lluvia. Abrí la ventana para sentirlas caer en mis brazos y en mi cara y el olor de tierra mojada me trajo a la memoria otras muchas tardes de verano y tormenta en Cuéllar.
Ahora sé lo que en mi ignorancia geográfica sólo adivinaba, que estábamos cerca de los Alpes. Puede que sólo los viera de forma tangencial, poco importa eso ya, porque la impresión ya se había producido en mi pobre mente sugestionable.
Siempre que veo montañas, me acuerdo de Frankenstein. La primera vez que lo leí, era una adolescente que quería ser gótica, grunge o dios sabe qué. Buscaba ser rara, pero a la vez pertenecer a algún grupo o tribu. Con los años, me he dado cuenta de que no hay más rareza, si es que se puede considerar una cosa de provecho, que ser uno mismo.
Pero volviendo a mi querido Frankenstein, sólo los que hemos leído el libro sabemos que las adaptaciones cinematográficas no se parecen al texto original. Y es una pena, porque con todo lo buenas que son las viejas películas, no consiguen captar todo el drama y la profundidad del libro, la poesía y su lado más filosófico.
Otros parajes que recurrentemente me recuerdan al libro son los irlandeses. Desde hace más de 5 años vivo en Galway, una ciudad en la costa oeste de ese país y siempre que viajo encuentro otros muchos lugares que me lo traen a la memoria. El fiordo de Killary, el Conor Pass, con sus tonos marrones, su niebla sempiterna, sus lagos aquí y allá que de tan tranquilamente yacen a buen seguro esconden misterios, secretos, animales criptozoológicos... ¡Qué parajes tan evocadores!

"Frankestein", año 1931, dirigida por James Whale
para la Universal Pictures
Y ahora me parece muy curioso que viendo esas montañas austriacas en tecnicolor o los paisajes casi nórdicos de mi querida Irlanda, me acordase precisamente de ese libro. Ya que cuándo Víctor Frankenstein y el monstruo se encuentran en las montañas, aquellas son rocosas, puntiagudas, de tonos grises azulados y están al borde de un glaciar, con el Montblanc de fondo.
Pero supongo que cuando las veo desde la distancia, creo adivinar y casi anhelo que en dónde mi vista se pierde, dónde ya no alcanzo a ver, allí habita y deambula algún ser, como el “monstruo” de Frankenstein añorando amor fraterno, una compañera y un poco de compasión.

María Yagüe Manzanares.

3 comentarios:

  1. un viaje maravilloso y un relato,muy bien descrito a mi ke soy tu madre ma a gustado mucho,animo y escribe mas cocas bssss mama

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  2. Ignatius misolievich10 de abril de 2012, 22:33

    Desde luego la vena literaria de los Yague es digna de mención, no solo D.Manuel sino también Maria se suma a esta corriente imparable... Lo mismo me apunto yo a escribir algo y todo.. Jaja.
    Y desde luego un saludo para la madre de los vástagos!!!,

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  3. Dziekuje bardzo Ignatius :-) Nos encantaría leer algo sobre la bella Polonia.

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