miércoles, 25 de abril de 2012

DIARIO SECRETO


DIARIO SECRETO

(Extractos del diario del Abogado X encontrados por la policía).


10 de noviembre



Me ha llegado una carta. En la carta dice: venimos a verte, somos tres, tenlo todo preparado. Pero por supuesto no aparece ninguna otra información, ni dirección, ni sellos. Eso significa que ya han estado aquí. Me he puesto nervioso, porque no esperaba una respuesta tan rápida. Un año y medio. Desde luego me he puesto a prepararlo todo, sin importarme lo que pudiera pasar en adelante. He llamado al despacho fingiendo una indisposición, mi secretaria me ha contestado, recupérese cuanto antes, le necesitamos aquí, a sabiendas de que no es verdad. He comprado las sábanas, los cuchillos, alicates, cinta adhesiva,  etc, que necesitarían para su trabajo. Y por supuesto, un maletín dentro de una caja fuerte abierta, con un millón de dólares. Mi vida ha sido una mierda, un asco indigno de contarse. Un suplicio continuo y liviano, comparado con lo que estos hombres me vayan a hacer, suponiendo que sean hombres, y no haya una mujer. ¡Ojalá haya una mujer!



11 de noviembre

 Desde luego son unos profesionales. No hay más que ver cómo se comportan, con que educación, qué exquisito gusto. Les ha complacido como lo he preparado todo y les alegra en extremo la ubicación de mi casa, en una granja apartada que yo mismo alquilé con tal propósito, pues les facilitará mucho el trabajo. Visten de negro, de un negro riguroso, llevan sus guantes puestos permanentemente aunque estemos comiendo,  el pelo y la barba recién cortadas ellos, y la mujer luce un pelo recogido con exactitud en una coleta y es negro como el ébano. Son cultos y saben tratar cualquier tema de actualidad. Se ve que han sido cuidadosamente seleccionados tal y como yo les pedí. Uno de ellos, el más alto y delgado, y en apariencia el más peligroso, es experto en literatura China; el compañero, el de pelo rojo y espaldas fornidas, conoce a la perfección el griego clásico y recita de memoria a Homero o a Cicerón.
Pero sin duda la chica es la mejor entre ellos. Se nota que ha escrito poesía. Recita con una voz dulce y desencantada versos modernos, que me han encogido el corazón. Me ha recordado a Silvia Plath, por su candor, pero con la fuerza de matar y no de morir.
Al finalizar la velada del sábado, pedí dormir con tan interesante y atractiva mujer. No hubo ningún problema.
Yacimos juntos y aunque fue una experiencia sublime, como en los mejores cuentos orientales, no conseguí que me dijera su verdadero nombre: ¿Por qué no me dices tu nombre verdadero? Insistí yo. Porque entonces te enamorarás, y no querrás seguir. La decisión está tomada, aseguré. Si te arrepientes, lo que hagamos mañana será como un asesinato. Dime tu nombre, te prometo que no me voy a arrepentir. Ella dijo su nombre pero me hizo jurar que yo no lo utilizaría delante de sus compañeros. Y se lo prometí.



12 de noviembre

 A las seis de la mañana me arrastraron a golpes de la cama, con una brutalidad tan extrema que me dio pavor. Son ya más de las doce de la noche. No creí que fuera a ser tan duro. Apenas puedo sujetar la pluma con la que escribo, y deseo la muerte, para acabar con las torturas que yo mismo reclamé. ¡Qué locura! He hecho todo esto porque no me atrevía a suicidarme. Pero me arrepiento con todas mis fuerzas. Ellos son brutales y sanguinarios en extremo, en especial el más alto, tal y como imaginaba. Pero ella es peor: cada vez que ella me azota, o me clava astillas en las uñas de la mano, o actos peores que no quiero confesar aquí, por pudor, he recordado su verdadero nombre en silencio, mirándola a los ojos. ¿Es esto amor?
No lo sé, ni me importa. Sólo sé que me arrepiento, y que a pesar de que he llorado, gemido, y ofrecido el doble de dinero que pagué por sus servicios, incluso toda la fortuna que poseo, han continuado torturándome.  Y ella ha sido la peor de los tres. Lo que me prueba que algo pasó anoche.
Cuando por fin parece que el macabro juego se acaba me han pedido que les dijera mi última voluntad. Les he dicho que quería estar a solas en mi estudio durante cuarto de hora. Me han traído, pues ya no puedo caminar por culpa de algunos huesos rotos, y me han sentado en la butaca. Con un esfuerzo supremo de voluntad escribo estas últimas notas, que esconderé en un cajón secreto, en espera de que ellos no lo encuentren.
Mi vida ha sido desgraciada, pero ahora en el último momento dos asuntos me torturan por encima de todo: la idea de morir, que me espanta; y que ella, cuyo nombre respetaré tal como prometí, haya podido sentir en algún momento que estaba cometiendo un asesinato.





Relatos hiperbreves del más allá, Manolo Yagüe.








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