lunes, 26 de marzo de 2012

POR LISBOA: CON ANTONIO TABUCCHI, EN BUSCA DEL ESPÍRITU DE FERNANDO PESSOA.


Vista desde el Castelo de Sao Jorge

En memoria de Antonio Tabucchi


Una vez me dio la ventolera, cogí mi megán “amarelo” (amarillo en portugués), y dejé a mi mujer tirada para pasarme unos días sólo en un lugar remoto. Me dije, adónde coño iré yo ahora. Y pensé en Lisboa, en el terremoto de 1755, en que era Semana Santa pero hacía calor, en que había leído Réquiem, una novela de Antonio Tabucchi, en la que el personaje protagonista va al encuentro literal del espíritu del gran Pessoa, a quien también había leído, en los dos tomos de la obra poética completa, edición bilingüe, de Ediciones 29, una edición barata, especialmente diseñada para estudiantes que soñábamos con ser poetas.
Lisboa no tiene nada de remoto, como se comprenderá fácilmente. Pero conserva el encanto decadente de los cafés viejos, de las calles intrincadas, de sus tienduchas de antigüedades llenas de polvo romántico, de sus librerías de viejo, del puerto sucio, de la dulzura del idioma portugués, del traqueteo de sus tranvías amarelos, de la miseria un tanto desvaída del sur, de la brisa aterradora del atlántico, de su puesta de sol al borde del estuario del Tejo.

Puente 25 de Abril
Entré por el Puente 25 de Abril, imponente vista del orificio de la nariz, me peleé con el tráfico imposible del centro de la ciudad y, cansado de disfrutar con la paciencia de los conductores lisboetas, que te dejan pasar sin problemas y no te gritan o insultan si te metes por dirección prohibida, dejé descansar el pobre megán en un parking público toda la noche, y me fui en busca de una pensión. Después de siete tugurios, di con una pensión encantadora por la que pagué cuatro perras en las estribaciones del Castelo de Sao Jorge, a un paso de la y juro que hubiera sido el alojamiento elegido, aunque me hubieran dado todos los hoteles de Lisboa para elegir (Sociedade Hotel Brasil Africano, Lda., Travessa das Pedras Negras, 8 -2º).
Vi todo lo que hay que ver, y por supuesto, no me encontré con el espíritu de Pessoa. Ni con el mío propio. El día antes de partir, una portuguesa de piel morena y pelo negro, con su voz melosa, subió toda una cuesta empinada para mostrarme un sitio imposible donde aparcar mi megán “amarelo” y, sin saberlo, bautizó el coche.
A la mañana siguiente, el desprendimiento de una casa cercana, casi entierra mi coche. Pero con su habitual parsimonia y amabilidad, los policías y bomberos locales me dijeron que no le había pasado nada, pero que por favor lo quitase de allí. Me dieron las gracias con efusiva amabilidad: hubieran estado dispuestos a esperar todo el día sin impacientarse a que llegara el dueño del megán amarelo que les molestaba en sus tareas.
No hay nada más; el resto fluyó con la metódica pasión del turismo de siempre, salvo por mi baño en la playa frente al casino de Estoril, con un bañador floreado comprado por cinco euros y que todavía uso, para desprestigio de mi mujer, y una ruta por la accidentada orografía de la nariz lusa, hasta el Cabo da Roca.
Puedo afirmar con total seguridad que el libro de Tabucci y los poemas de Pessoa hacen honor al recuerdo que dejan de Lisboa.
Los tranvías amarelos
Para concluir bien todo viaje literario, ha de hacerse con unas líneas de buena literatura:


"La Vieja Gitana se apoderó de mi mano izquierda y miró con mucha atención la palma.Es un poquito complicado, hijo mío, dijo la Vieja Gitana, es mejor que te sientes en este banco. Me senté, pero ella no me soltó la mano. Hijo, me dijo la vieja, escucha, así no puedes continuar, tú no puedes vivir en dos lados, el lado de la realidad y el lado del sueño, eso provoca alucinaciones, eres como un sonámbulo que atraviesa un paisaje con los brazos extendidos y todo aquello que tocas pasa a formar parte de tu sueño, yo misma, que soy vieja y gorda y peso ochenta kilos, siento que me disuelvo en el aire al tocar tu mano, como si pasara a formar parte también de tu sueño.

Réquiem, Antonio Tabucchi."


“Todos los días ahora despierto con alegría y pena.
Antaño despertaba sin sensación alguna; despertaba.
Tengo alegría y pena porque pierdo lo que sueño
y puedo estar en la realidad en donde está lo que sueño.
No sé qué he de hacer con mis sensaciones.
No sé qué he de hacer conmigo a solas.
Quiero que ella me diga algo que me despierte de nuevo.


Fernando Pessoa”


Manuel Yagüe

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