viernes, 30 de marzo de 2012

LA CAMA DEL NIÑO


¿Quién no ha deseado dormir en la cama todo el día? ¿Qué padre, o madre, no ha intentado que su hijo se echara la siesta y se ha quedado dormido con su retoño? ¡Quién no ha deseado en algún momento de su vida dejar de hacerse mayor!
Después de haber escrito este pequeño relato de juguete, leí por casualidad, como casi siempre llegan estas cosas, un relato de John Updike titulado “¿Debe el mago pegar a mamá?”, que también trata de un padre contando cuentos a su hija. Confieso que el título me ha dado envidia.
Me meto a la cama, a contar un cuento; espero que ustedes lo disfruten, y que no se queden dormidos:


LA CAMA DEL NIÑO


Cuando el niño dejó de dormir en la cuna, pues antes hubiera sido imposible meterme yo en la cuna, porque ni mi mujer ni mi tamaño lo hubiera permitido, me entraron unas ganas terribles de acostarme a dormir con él en su cama. Cualquiera que haya dormido con un cachorro de perro entenderá el motivo. Tienen, bebés y cachorros, un calor corporal como de diminutas estufas, un tacto suave y blando, y un ritmo de respiración y pulsaciones que inspiran el sueño.
Al principio, me acostaba en la siesta, con la excusa de ayudarle a quedarse dormido, y mientras el chiquillo me metía el dedo en la nariz o la oreja, me hurgaba entre los párpados, o me tiraba del pelo de la barba, nos quedábamos como troncos.
Luego fueron los cuentos, y la hora de dormir de por las noches. Al comienzo de esa nueva fase, yo me encargaba, no dejándole a mi mujer, de contarle los cuentos. Me marchaba de la habitación del niño, no bien sus enormes ojos negros se habían cerrado, y su respiración se acompasaba al murmullo del chupete. Me iba con cierto dolor y envidia. Alguna noche, cuando mi mujer subió a ver al niño, fingí dormir a su lado, y me quedé con él toda la noche. Hasta que se fue convirtiendo en rutina.
Cuando el niño fue haciéndose mayor, y creciendo de manera intolerable, a veces yo le molestaba y no le dejaba dormir. Papá, no seas pesado y vete a tu cama. Yo le respondía: vete tú a dormir con mamá.
Así que algunas noches, en mitad del sueño, mi hijo, al recibir alguna patada o empujón por mi parte, se iba como un sonámbulo a acostar con su madre, en el espacioso dormitorio matrimonial. Yo me sonreía en el calor del duermevela, y me hacía con el poder de todo el edredón, del osito de peluche, y de la habitación azul de mi hijo. Su madre, por supuesto, lo acogió encantada.
Esa costumbre se fue imponiendo de tal manera, que mi hijo, directamente se iba a dormir a la cama matrimonial, sin pasar por su habitación, que ya no le interesaba lo más mínimo, pues ya había crecido hasta ser de mi altura, y no andaba con juguetes.
Yo por mi parte tampoco deseaba volver a la cama matrimonial, y evitaba pasar a su lado.
Ahora mi hijo me dice adiós desde la puerta de la habitación azul antes de ir a trabajar, vestido con mis trajes, y mi mujer se enfada porque no quiero salir de la cama para ir al colegio.




Relatos hiperbreves del más allá, Manolo Yagüe

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