Cada vez que un gran escritor, uno de mis admirados muere, siento que se me hubiera ido uno de mis amigos, y siento, con perdón, un poco más de asco por este mundo de mierda. Cada poco uno de esos vejestorios empeñados en escribir y en comprometerse con los débiles y los oprimidos tiene la mala idea de morirse, para que lo tengan que recordar en la televisión. Y la televisión, como siempre, cumple su función de maravilla. Sacan dos o tres cositas del viejo, una entrevista de hace quince años, y dicen que era mejor de lo que la vida decía de él. Luego la maquinaria se marcha a otro asunto, y se acabó. Por suerte, quedamos unos cuantos que hemos leído un poquito. Nosotros sí sabemos de que va. Va de soledad, y de una lucha terrible contra el silencio en el quedan sumidos los poetas, incluso los más grandes.
Manuel Yagüe
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