viernes, 23 de diciembre de 2011

El hombre sólo puede ser caminando

El hombre sólo puede ser caminando. El vagabundeo es la mejor expresión de la vida de un hombre. En el caminar se despiertan los deseos de espiritualidad mientras se conecta con lo cercano. Al caminar nos distraemos de las preocupaciones cotidianas. Ponemos nuestra mente al servicio de nuestros pies, y nuestros ojos al servicio del paisaje que tenemos delante. Nuestras ilusiones se ponen al servicio de los accidentes, y nuestros temores se rebajan ante la expectativa de las novedades. La soledad es compañera. Esa soledad que no ahoga, por deseada. En el camino nos desprendemos de lo que no necesitamos. Los bienes materiales están a nuestro alrededor, y nosotros somos como niños que vieran juguetes que tratan de coger, pero luego abandonan por otros que están más allá. Al caminar se despierta la sana curiosidad, curiosidad que no es necesario saciar por completo. Entrevemos la sabiduría, sin la necesidad de investigar en profundidad cada asunto. Con la distancia que otorga el camino, nos sentimos parte de todo sin que nada nos concierna.
Para aquellos que hemos nacido sedentarios, el camino es un deseo poderoso de espiritualidad. Quién no ha fantaseado con abandonar la casa y la familia para salir a vagabundear. Como suele faltar el valor para ello, el hombre, cuando cumple cierta edad suele salir de paseo. No quería hablar aquí del paseo; pero baste decir que el paseo es un sustituto del gran viaje.
Pero el gran viaje, es un viaje modesto. No me puedo imaginar iguales sentimientos de pobreza y libertad, de desprendimiento y sensibilidad, a bordo de grandes medios de transporte modernos, y alojado en suntuosos hoteles. Un mal plan ahoga el camino. El viaje moderno suele ser sedentario. Reproducimos la experiencia de viajar desde el televisor. Uno de los ejemplo de tal falsedad lo tenemos en esos autobuses turísticos que nos enseñan una ciudad. Estamos subidos en el techo de un autobús, escuchando las explicaciones del guía en varios idiomas. Pero no estamos allí. La ciudad se convierte en un gran escaparate. Hace falta mucho andar y perderse para conocer una ciudad.
Nuestra costumbre sedentaria hace que pongamos trabas al verdadero caminar. Caminar no sirve de nada. No ganaremos ni dinero ni premios, no acumularemos monumentos visitados, no veremos muchos museos en pocos días. Cuando regresemos a casa, no tendremos grandes postales que contar. No podremos competir en viajes. Caminar ocupa mucho tiempo, para llegar a ver poco y nos proporciona bienes intangibles.
Hay sin embargo una sabiduría popular, un mito de los hombres que nos habla del camino. No tenemos más que comprobar que todos los pueblos inventan un viaje, un camino, en forma de peregrinaciones o romerías. Que la vida es un camino, es un tópico, pero es un tópico verdadero, real.
Bashoo se siente impelido a vagabundear.
¿Por qué Sancho prefiere salir con Quijote que quedarse en casa? ¿Qué lleva a hombres y mujeres del otro lado del mundo a recorrer el norte de España para llegar a Santiago? ¿En qué consiste la trampa de Ulises, que aun deseoso de permanecer junto a su esposa, acaba embarcado en la guerra de Troya y al término de esta, se pasa diez años intentando volver junto a su mujer y su hijo? ¿No sería necesario participar en una guerra y vagabundear durante diez años, para llegar a ser un feliz padre de familia sedentario?
Todo hombre se siente en algún momento u otro de su vida impelido, arrastrado al vagabundeo. La niñez y la juventud no son otro asunto que vagabundeo. Solo cuando nos hacemos hombres se nos obliga a convertirnos en seres sedentarios. Añoramos la libertad del niño que pasa horas y horas de un lado a otro por la calle, jugando y hablando. Todo niño en la calle es un explorador o un guerrero. La sociedad nos obliga a volvernos agricultores. Pero no dejamos de añorar aquel tiempo de vagabundeo, sin rumbo y sin propósitos.


Factores determinantes de todo buen viaje a pie.

Ir solo. A lo sumo con otro. Aunque no todo acompañante es bienvenido. Ir con alguien en su mayor parte silencioso, y celoso de su intimidad. La intimidad es el viaje.

Caminar a un paso moderado. Ni muy deprisa, ni demasiado despacio. Al ritmo propio, que no es fácil de conseguir.

No dejarse arrastrar por los planes. Libertad para cambiar de camino, para llevarse la contraria, para hacer lo que a uno le de la gana.

Tiempo. Todo el tiempo. Sin fecha de vuelta. Todo el tiempo en pequeño. Tiempo para comer y dormir, para atarse una bota. No parar nunca.

Un objetivo final que prometa gran belleza, o que hayamos deseado siempre llegar a ver. Preferentemente un lugar que nos interese a título personal. No importa cuando ni por que ruta, pero hay que llegar a Santiago.

Poco dinero. Gastar lo menos posible. Ir a los lugares donde van los que viven allí, dormir en sitios modestos. Si nos acogen, o nos invitan, aceptar sin reservas.

Pararnos de vez en cuando a charlar. Preguntar por lugares y rutas. Contar a los lugareños de dónde venimos. Hablar sobre las faenas cotidianas, sobre los animales, sobre la cosecha, sobre el tiempo que hace hoy.

No conectarse con las personas que están fuera del viaje. Nada de móviles o Internet. Nada de televisión, nada de periódicos. Ni siquiera la radio o música. Estamos buscando un espacio intemporal. No lo contaminemos.

Elige el sendero menos transitado. Marcará la diferencia.

Citas de paseos y viajes.

“Declaro que una hermosa mañana, ya no sé exactamente a qué hora, como me vino en gana dar un paseo, me planté el sombrero en la cabeza, abandoné el cuarto de los escritos o de los espíritus, y bajé la escalera para salir a buen paso a la calle. […] Hasta donde puedo acordarme hoy, cuando escribo todo esto, me encontraba, al salir a la calle abierta, luminosa y alegre, en un estado de ánimo romántico-extravagante, que me satisfacía profundamente. […] Olvidé con rapidez que arriba en mi cuarto había estado hacía un momento incubando, sombrío, sobre una hoja de papel en blanco. Toda la tristeza, todo el dolor y todos los graves pensamientos se habían esfumado, aunque aún sentía vivamente delante y detrás de mí el eco de una cierta seriedad.”   
 
El paseo, Robert Walser


“Cuando Zaratustra hubo dejado al más feo de los hombres tuvo frío y se sintió solo: por su ánimo cruzaban, en efecto, muchos pensamientos fríos y solitarios, de modo que por este motivo también sus miembros se enfriaron más. Pero mientras continuaba su camino, subiendo, bajando […]: de pronto sus pensamientos comenzaron a volverse más cálidos y cordiales.” 

Así habló Zaratustra, Nietzsche.

“Apenas hay nada que muestre más la cortedad de vista o el carácter caprichoso de la imaginación que el hecho de viajar. Con el cambio de lugar, cambiamos de ideas; más aún, cambiamos de opiniones y sentimientos.” 


Ir de viaje, William Hazlitt.


“Pocos lugares existen a los que me parezca tan grato regresar cuando estoy de mal humor como aquellos en los que nunca he estado.”


El viajero sin propósito, Charles Dickens.


“Yo mismo, desde hace algunos años, como jirón de nube invitado por el viento, no he parado de abrigar pensamientos de vagabundeo, con que estuve vagando por la costa, y el otoño del año pasado volví a mi choza en la ribera, donde quité las viejas telarañas, pero apenas acabado el año, ya en el cielo la niebla que la primavera levanta, se me ocurrió cruzar el paso de Shirakawa, como poseído por un dios y con el corazón enloquecido, como que me hacía intimaciones el dios de los caminantes, de forma que nada pude ya traer entre manos.”   

Senda, hacia las tierras hondas, Matsuo Bashoo.

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